Penya Barcelonista de Lisboa

dilluns, de juny 07, 2010

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El cruyffismo marca la diferencia
El cruyffismo no es unánime y se debilita cuando lo representan tres candidatos
Sergi Pàmies. La Vanguardia


Dos modelos de club, cuatro candidatos. No salen las cuentas. Y menos aún sabiendo que uno de los modelos lo representa Sandro Rosell, que, aglutinando agravios e ilusiones, propone una fusión (algo atómica) de principios montalistas, nuñistas y laportistas. Los candidatos restantes (Ingla, Benedito, Ferrer), en cambio, pelean por un territorio similar en lo conceptual aunque distinto en lo personal (digan lo que digan, la vanidad es el motor de esta historia). ¿Qué diferencia los modelos? Cruyff y su (benefactora o satánica) influencia
Rosell no engaña. Cuando le preguntaron si revisaría el nombramiento de Cruyff como socio de honor con rango de presidente (o como demonios se llame la fórmula estatutaria que se utilizó), respondió que le miraría a los ojos y lo trataría con mucho cariño, pero que si cualquier socio deseaba revocar la decisión tenía las puertas abiertas. Moraleja: mantengan el cariño fuera del alcance de los niños.

Los candidatos restantes defienden el mismo modelo, pero con matices. Cada uno tunea el coche a su manera, pero el motor sigue siendo el mismo. El modelo es el laportismo sin Laporta, un híbrido lastrado por la incapacidad del presidente por preservar su directiva de fiebres fratricidas y por el chulopiscinismo que tanto ha ensombrecido su grandeza. Pues bien: el Barça de Laporta es puro Cruyff. Laporta era el candidato de Cruyff, aunque para ganar las elecciones fue necesario disimular un poco (con la aquiescencia de los cuatro candidatos actuales, por cierto). Begiristain, Rijkaard y Guardiola fueron bendecidos por Johan. Así pues, tres pilares del club (presidencia, secretaría técnica y cuerpo técnico) son cruyffistas. La afición, en cambio, es otra cosa, y hay miles de barcelonistas que se identifican con el papel que, legítimamente, Rosell quiere darle al holandés.

Al ser nombrado presidente de honor (o lo que sea), Cruyff dejó claro su agradecimiento a Laporta. Incluso pidió que le hicieran un monumento y recordó que todo el mundo se equivoca (todos menos Cruyff, que tiene la prodigiosa virtud de acertar incluso cuando se equivoca). Pero no dijo nada del sucesor y, por ahora, se mantiene a una distancia inteligente, que desactiva tanto a sus detractores (no les da motivos para echarle) como a los que matarían por contar con su apoyo explícito.

Especulo: a Cruyff no le gusta que existan tres candidatos continuistas. Sigo especulando: le duele que sean incapaces de ponerse de acuerdo para preservar lo que ellos denominan el modelo. En la cabeza de Cruyff, el modelo está claro (c'est moi). En la cabeza de los candidatos que dicen representarlo, en cambio, no lo está tanto. Cruyff sabe que cualquier decisión que tome generará una división (mitad y mitad) de entusiastas y detractores. Siempre ha sido así (aunque para celebrar los éxitos todos se junten). Lo que no había calculado (¿o sí?) es que esa mitad monoteísta se subdividiría en tres cismas perdedores, más preocupados por remover la mierda (pese a saber que la mierda del fútbol es como la de la montaña: no fa pudor encara que la remenis amb un bastó) que por defender el dichoso y sacrosanto modelo.

En pleno vodevil electoral, hay gestos que deberían hacer reflexionar a los que se proclaman cruyffistas. El de Xavier Sala i Martín, por ejemplo, que, acosado por las luchas de egos, se distancia de la vorágine de la escisión (sólo comparable a la de los partidos de izquierdas). Desde su honorífica y honorable posición, Cruyff vuelve a marcar la diferencia entre modelos y, como a tantos y tantos culés, seguro que le duelen las disputas y que preferiría que todos –los que le miran con sulfúrico cariño y los que le deshonran con una idolatría acrítica– remasen en la misma dirección.