Messi resuelve el enigma
Messi resuelve el enigma
El argentino, activado tras un golpe de Ramos, replica con el gol del partido
El argentino, activado tras un golpe de Ramos, replica con el gol del partido
El clásico, la Liga, el fútbol mundial, se concentraron en las figuras dispares de Messi y Cristiano Ronaldo. Uno de Adidas. El otro de Nike. Uno que parece jugar para sí mismo, despeinado, contrahecho, despreocupado de todo el alboroto que genera. El otro expresivo, aparentemente obsesionado con su imagen, engominado, atento a los estímulos que recibe y que emite, en constante simbiosis con el público. Cristiano es un modelo social. Messi es un tipo que resuelve problemas. En el Bernabéu tardó media hora en aclarar los enigmas de la Liga. Lo hizo después de que le dieran un golpe. Y al golpe, respondió con un mordisco de tiburón que arrancó las esperanzas del Madrid de ganar algo esta temporada.
Cristiano se golpeó el pecho, como un gorila. Igual que los ofidios, Messi se mimetizó en la hojarasca. Contrastado con su gran adversario, el argentino parecía un espécimen de otra especie. Entró al campo como ensimismado. Parecía ausente. Distraído. Caminaba mirando la hierba, aparentemente perdido en la confusión de cuerpos que iban y venían, pero por el rabillo del ojo controlaba el gran problema que se le presentaba. Estaba solo en el medio del campo, el lugar más difícil para iniciar un desborde. La zona donde hay menos espacios. Tenía a Xabi, Gago, Albiol y Garay alrededor. Le vigilaban. Apenas le daban espacios. Así le mantuvieron durante más de media hora. Messi pasó desapercibido. Los extremos, Pedrito y Alves, no le pudieron suministrar balones.
Armado de sus botas Nike anaranjadas, Cristiano se paró entre el carril del 10 y el carril del 11 y puso los brazos en jarra. Desde que el árbitro pitó el arranque se multiplicó. Hizo un derroche energético. Si el juego del Barça pasó por la participación de todos, por la distracción a través del toque, el juego del Madrid fue un anuncio constante de solitaria bomba nuclear. Cada vez que sacó Casillas de portería, la pelota fue a la cabeza de Cristiano, que la prolongó, o la bajó, o la controló para convertirse en el vértice de las jugadas de ataque. Luego, con el balón en poder de Xabi y Gago, la consigna siguió similar: pases a Cristiano. El portugués se propuso abrir una brecha en el costado derecho del Barça y hacia ahí se encaminó durante toda la primera parte.
Piqué intentó sostenerlo en el medio, para que no se girase, y acudió a encimarlo al círculo central. Pero fue inútil. El central del Barça no tardó en recibir una tarjeta amarilla. Esto le hizo retroceder. Y durante 20 minutos Cristiano le hizo vivir permanentemente amenazado. En tres maniobras consecutivas Piqué debió medir su velocidad y su destreza ante el portugués. Lo consiguió a medias, con la ayuda de Puyol y de Milito. Superado Puyol en uno de los desbordes, Milito interceptó el centro que pudo abrir el marcador. Higuaín se quedó con las ganas en el punto de penalti. La angustia llevó a Piqué a pedir ayuda a Guardiola: algo fallaba en el costado derecho del Barça. El técnico respondió en la segunda parte retrasando a Alves al lateral.
Por momentos, el Barça pareció completamente condicionado por las incursiones solitarias de Cristiano. El partido estaba atascado. Las posesiones eran cortas.Ninguno de los dos equipos encontraba los caminos hacia el gol. Entonces, en una jugada que parecía marginal, en la banda izquierda, Messi recibió un balón y Sergio Ramos se le interpuso propinándole un golpe en la cara. Derribado, Messi dio señales de dolor. Pero cuando el árbitro pitó la falta saltó como un resorte y animó a Maxwell a que sacara rápido. Lejos de mostrarse intimidado, se activó. Igual que en Stamford Bridge contra Del Horno, en 2006. Lo mismo que tras recibir una patada de Ponzio en La Romareda. Igual que hizo después de que Edmilson, del Arsenal, le atizara en el tobillo, el martes pasado. Entró en ebullición. "¡Al pie, al pie!", parecía decirle a Maxwell. Maxwell sacó, Messi recibió, tocó para Xavi y se metió en el área. Xavi le devolvió el balón con maestría y Messi ejecutó a Casillas.
El gran problema del clásico. Todos los dilemas de la Liga, se resolvieron en 40 segundos: el tiempo que medió entre el golpe de Ramos y el remate de Messi. El pequeño chico de Rosario, que hasta entonces había vivido oculto en la jungla del partido, salió del cubil para matar. Y mató.
Cristiano se golpeó el pecho, como un gorila. Igual que los ofidios, Messi se mimetizó en la hojarasca. Contrastado con su gran adversario, el argentino parecía un espécimen de otra especie. Entró al campo como ensimismado. Parecía ausente. Distraído. Caminaba mirando la hierba, aparentemente perdido en la confusión de cuerpos que iban y venían, pero por el rabillo del ojo controlaba el gran problema que se le presentaba. Estaba solo en el medio del campo, el lugar más difícil para iniciar un desborde. La zona donde hay menos espacios. Tenía a Xabi, Gago, Albiol y Garay alrededor. Le vigilaban. Apenas le daban espacios. Así le mantuvieron durante más de media hora. Messi pasó desapercibido. Los extremos, Pedrito y Alves, no le pudieron suministrar balones.
Armado de sus botas Nike anaranjadas, Cristiano se paró entre el carril del 10 y el carril del 11 y puso los brazos en jarra. Desde que el árbitro pitó el arranque se multiplicó. Hizo un derroche energético. Si el juego del Barça pasó por la participación de todos, por la distracción a través del toque, el juego del Madrid fue un anuncio constante de solitaria bomba nuclear. Cada vez que sacó Casillas de portería, la pelota fue a la cabeza de Cristiano, que la prolongó, o la bajó, o la controló para convertirse en el vértice de las jugadas de ataque. Luego, con el balón en poder de Xabi y Gago, la consigna siguió similar: pases a Cristiano. El portugués se propuso abrir una brecha en el costado derecho del Barça y hacia ahí se encaminó durante toda la primera parte.
Piqué intentó sostenerlo en el medio, para que no se girase, y acudió a encimarlo al círculo central. Pero fue inútil. El central del Barça no tardó en recibir una tarjeta amarilla. Esto le hizo retroceder. Y durante 20 minutos Cristiano le hizo vivir permanentemente amenazado. En tres maniobras consecutivas Piqué debió medir su velocidad y su destreza ante el portugués. Lo consiguió a medias, con la ayuda de Puyol y de Milito. Superado Puyol en uno de los desbordes, Milito interceptó el centro que pudo abrir el marcador. Higuaín se quedó con las ganas en el punto de penalti. La angustia llevó a Piqué a pedir ayuda a Guardiola: algo fallaba en el costado derecho del Barça. El técnico respondió en la segunda parte retrasando a Alves al lateral.
Por momentos, el Barça pareció completamente condicionado por las incursiones solitarias de Cristiano. El partido estaba atascado. Las posesiones eran cortas.Ninguno de los dos equipos encontraba los caminos hacia el gol. Entonces, en una jugada que parecía marginal, en la banda izquierda, Messi recibió un balón y Sergio Ramos se le interpuso propinándole un golpe en la cara. Derribado, Messi dio señales de dolor. Pero cuando el árbitro pitó la falta saltó como un resorte y animó a Maxwell a que sacara rápido. Lejos de mostrarse intimidado, se activó. Igual que en Stamford Bridge contra Del Horno, en 2006. Lo mismo que tras recibir una patada de Ponzio en La Romareda. Igual que hizo después de que Edmilson, del Arsenal, le atizara en el tobillo, el martes pasado. Entró en ebullición. "¡Al pie, al pie!", parecía decirle a Maxwell. Maxwell sacó, Messi recibió, tocó para Xavi y se metió en el área. Xavi le devolvió el balón con maestría y Messi ejecutó a Casillas.
El gran problema del clásico. Todos los dilemas de la Liga, se resolvieron en 40 segundos: el tiempo que medió entre el golpe de Ramos y el remate de Messi. El pequeño chico de Rosario, que hasta entonces había vivido oculto en la jungla del partido, salió del cubil para matar. Y mató.
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