EL BARCA NO TIENE FIN. El País
El Barça no tiene fin
Los azulgrana imponen su ideario futbolístico ante un Real Madrid impotente y prolonga su era triunfal
Los azulgrana imponen su ideario futbolístico ante un Real Madrid impotente y prolonga su era triunfal
No es Guardiola un técnico inmovilista, ni mucho menos. Su intervencionismo es relevante. El Barça no es sólo un equipo , es una idea de fútbol, y a partir de un guión irrenunciable, su técnico, un devoto del estilo azulgrana, responde con imaginación ante cada problema. Lo mismo echa el ancla en La Masía cuando nadie lo espera como maquilla la baja de Ibrahimovic, el absentismo de Henry y la palidez de Iniesta con Alves de extremo. Así es Guardiola, un revolucionario capaz de mantener el molde con un trueque de piezas. Con Alves en la orilla derecha del ataque, el Barça pretendía evitar que Cristiano se sintiera liberado a espaldas de un lateral tan ofensivo como el brasileño. De paso, Marcelo tenía un tapón inesperado. Pronto, Cristiano, prisionero de Puyol, prefirió citarse con Maxwell en el otro costado. De Higuaín no hubo noticias. Él no juega, lo suyo es el gol. Sin él resulta fantasmal.
El inesperado brochazo de Guardiola alteró el sistema inicial del encuentro, como si todos se sintieran extraviados en un escenario no previsto. El partido adquirió así un aire un tanto marcial, sin las descargas esperadas ante Casillas y Valdés. El Madrid intentó estrangular a los azulgrana en el origen del juego, allá en su defensa. Al Barça le costaba más de lo habitual masajear la pelota, anidar el juego como le gusta, con la posesión como bandera. Si el equipo catalán no encontraba las vías hacia Casillas, el Madrid no tenía pistas de Cristiano e Higuaín. El partido cayó en la nadería, afeitado por el tacticismo. Hasta que Xavi se hizo un hueco entre las trincheras y se prendió Messi. El Barça se hizo con el gobierno y el Madrid poco a poco quedó sometido. Frente al toque azulgrana, Xabi Alonso bastante tenía con tirar de escoba, lo que cortaba el hilo con los dos atacantes, que no siempre aciertan cuando van por libre.
En plena crecida visitante, Messi retrató a unos cuantos zagueros madridistas, enzarzados en una discusión con el mundo mientras el argentino activó el juego con pillería en una falta a favor. Messi conectó con Xavi, una sociedad angelical, y La Pulga, vencido Albiol, superó a Casillas con un remate con la pierna derecha. Messi los mete con todo. El gol fue una sacudida mortal para el Madrid, vencido en el juego y en el marcador, sin otra esperanza que la pegada de sus dos arietes, ayer descolgados ante la pujanza de tipos como Piqué y Puyol, que no dan concesiones. Dos colosos en Chamartín.
Ganado el primer acto, Guardiola intervino de nuevo. En el descanso ordenó a Alves el retorno a sus orígenes y Puyol cambió al lateral izquierdo. Un riesgo extremo, al medir a Alves, sancionado con tarjeta amarilla, a Cristiano. Pero Guardiola siempre fue un intrépido, como jugador y como técnico. Con el nuevo formato el Barça acentuó el rondo, y ya se sabe que la pelota es su sustento. Al compás de Xavi, el equipo mejoró la sinfonía inicial, con el Madrid sin rumbo, a merced del ritmo azulgrana. Hasta que Xavi, cómo no, encendió de nuevo la luz. Esta vez adivinó el sprint que le proponía Pedro, que no se arruga. El canario enfiló hacia Casillas y le superó con un toque sutil, muy meritorio, con la pierna izquierda. El partido era del Barça, que a partir del segundo tanto decidió interpretar de otra forma el juego. Evitó las tensiones y decidió contemporizar, controlar el envite como más le convenía, con ese aire sereno que le distingue, con mucha concentración y la amenaza permanente de Messi, el gran desvelo del fútbol mundial, se mida a quien se mida.
Al Madrid sólo le quedaba apelar a algún arrebato. No era la noche de Cristiano, muy abstracto. Pese a un cierto impulso, el Madrid daba la sensación de reconocerse inferior. Máxime cuando Víctor Valdés frustró un gol a Van der Vaart, asistido por la chistera de Guti. Así es Valdés, que deja para los tiempos al menos una gran parada por jornada. Lo mismo sucedió con Casillas, que acertó en dos retos finales con Messi, lo que engrandece al meta madridista. Al son del Barça, con el público camino de los vomitorios antes del tiempo, el partido sólo hizo constatar que es la era del Barça. Por ahora, su ideario futbolístico está por encima del plan mercantil del Madrid, por más que esta temporada haya competido de forma extraordinaria con uno de los mejores equipos de la historia. Y aún, pese al varapalo de anoche, está en condiciones de dar pelea hasta el último instante, aunque este Barça no parece tener fin. Su voracidad es infinita.
El inesperado brochazo de Guardiola alteró el sistema inicial del encuentro, como si todos se sintieran extraviados en un escenario no previsto. El partido adquirió así un aire un tanto marcial, sin las descargas esperadas ante Casillas y Valdés. El Madrid intentó estrangular a los azulgrana en el origen del juego, allá en su defensa. Al Barça le costaba más de lo habitual masajear la pelota, anidar el juego como le gusta, con la posesión como bandera. Si el equipo catalán no encontraba las vías hacia Casillas, el Madrid no tenía pistas de Cristiano e Higuaín. El partido cayó en la nadería, afeitado por el tacticismo. Hasta que Xavi se hizo un hueco entre las trincheras y se prendió Messi. El Barça se hizo con el gobierno y el Madrid poco a poco quedó sometido. Frente al toque azulgrana, Xabi Alonso bastante tenía con tirar de escoba, lo que cortaba el hilo con los dos atacantes, que no siempre aciertan cuando van por libre.
En plena crecida visitante, Messi retrató a unos cuantos zagueros madridistas, enzarzados en una discusión con el mundo mientras el argentino activó el juego con pillería en una falta a favor. Messi conectó con Xavi, una sociedad angelical, y La Pulga, vencido Albiol, superó a Casillas con un remate con la pierna derecha. Messi los mete con todo. El gol fue una sacudida mortal para el Madrid, vencido en el juego y en el marcador, sin otra esperanza que la pegada de sus dos arietes, ayer descolgados ante la pujanza de tipos como Piqué y Puyol, que no dan concesiones. Dos colosos en Chamartín.
Ganado el primer acto, Guardiola intervino de nuevo. En el descanso ordenó a Alves el retorno a sus orígenes y Puyol cambió al lateral izquierdo. Un riesgo extremo, al medir a Alves, sancionado con tarjeta amarilla, a Cristiano. Pero Guardiola siempre fue un intrépido, como jugador y como técnico. Con el nuevo formato el Barça acentuó el rondo, y ya se sabe que la pelota es su sustento. Al compás de Xavi, el equipo mejoró la sinfonía inicial, con el Madrid sin rumbo, a merced del ritmo azulgrana. Hasta que Xavi, cómo no, encendió de nuevo la luz. Esta vez adivinó el sprint que le proponía Pedro, que no se arruga. El canario enfiló hacia Casillas y le superó con un toque sutil, muy meritorio, con la pierna izquierda. El partido era del Barça, que a partir del segundo tanto decidió interpretar de otra forma el juego. Evitó las tensiones y decidió contemporizar, controlar el envite como más le convenía, con ese aire sereno que le distingue, con mucha concentración y la amenaza permanente de Messi, el gran desvelo del fútbol mundial, se mida a quien se mida.
Al Madrid sólo le quedaba apelar a algún arrebato. No era la noche de Cristiano, muy abstracto. Pese a un cierto impulso, el Madrid daba la sensación de reconocerse inferior. Máxime cuando Víctor Valdés frustró un gol a Van der Vaart, asistido por la chistera de Guti. Así es Valdés, que deja para los tiempos al menos una gran parada por jornada. Lo mismo sucedió con Casillas, que acertó en dos retos finales con Messi, lo que engrandece al meta madridista. Al son del Barça, con el público camino de los vomitorios antes del tiempo, el partido sólo hizo constatar que es la era del Barça. Por ahora, su ideario futbolístico está por encima del plan mercantil del Madrid, por más que esta temporada haya competido de forma extraordinaria con uno de los mejores equipos de la historia. Y aún, pese al varapalo de anoche, está en condiciones de dar pelea hasta el último instante, aunque este Barça no parece tener fin. Su voracidad es infinita.
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