Penya Barcelonista de Lisboa

diumenge, de juliol 13, 2008

Auge y caída de Joan Laporta


El presidente más popular en la historia del Barça se ha quedado solo, acosado y apenas rodeado de un grupo muy reducido de fieles

El estallido de emoción que provocó el gol de Ronaldinho al Sevilla en la madrugada del 3 de septiembre de 2003 fue detectado por los sensibles sensores del observatorio Fabra. Mientras la ciudad dormía, el griterío de los 80.237 aficionados del Camp Nou en un partido que comenzó a las doce y cinco minutos de la noche, provocó algo parecido a un leve movimiento sísmico en Barcelona. No se había medido hasta entonces la pasión del fútbol por ese procedimiento, pero a nadie debe extrañar que los acontecimientos que rodean a este deporte tengan que ver con movimientos tectónicos. Visto de esa forma, el Barça es ahora un club inestable: sus cimientos se han debilitado. La crisis se mide como si el club hubiera sufrido un terremoto. Poco queda alrededor de Joan Laporta, el presidente más popular en la historia del club, salvo un grupo muy reducido de fieles.

La llegada de Joan Laporta a la presidencia en 2003 fue recibida con un entusiasmo parecido al que desató aquel gol de Ronaldinho. No hubo movimiento sísmico, pero sí una desbordante ilusión colectiva. Laporta era un candidato joven (40 años), bien parecido, dinámico, rodeado de un equipo de tecnócratas que habían triunfado en sus actividades profesionales. Se le comparó a Kennedy en la exageración propia de los columnistas deportivos. Laporta había atravesado con humildad y tenacidad una larga travesía del desierto para convertir una plataforma con aires de revolución ciudadana (el Elefant Blau, Elefante Azul) en una candidatura atractiva que pretendía terminar con los síntomas de agotamiento de un club afectado por 22 años de mandato de Núñez y los últimos coletazos de su sucesor Gaspart, un forofo en funciones de presidente. Algunas generaciones de socios culés no habían conocido otra cosa que la dialéctica derrotista de Núñez, un personaje sin discurso, con tendencia a derramar lágrimas, que achacaba su inoperancia a enemigos exteriores no identificados.
Laporta apareció en escena como un personaje seductor que desprendía una imagen saludable y contagiosa. Su dialéctica era optimista, prometía un cambio profundo en las estructuras del club, mayor participación del socio y una modernización en la gestión basada en las últimas actualizaciones de la práctica empresarial. Las lágrimas de Núñez eran sustituidas por el power point de los ejecutivos de Laporta. ¿Cabía mayor diferencia? Como contrapunto a lo que sucedía en Madrid (una referencia obligada en el Barcelona) donde Florentino Pérez había instalado las bases de una gestión globalizada con tintes neocapitalistas, la opción Laporta era perfecta: frente a un magnate clásico, monolítico, con aires presidencialistas, el contrapunto que ofrecía Laporta era sugerente: trabajo en red y gestión descentralizada a modo y manera de las pujantes empresas de la era de Internet. Laporta y su equipo ofrecían una revolución tecnocrática aplicada al fútbol.
Cinco años después, la red se ha roto, aquellos ejecutivos brillantes han abandonado el barco y el modelo se ha modificado por algo tan simple como pasado de moda: queda Laporta rodeado de amigos de la infancia (el perfil de directivo que no pregunta). Es un esquema harto conocido en el mundo del fútbol: el presidente con su junta de floreros.
Y, sin embargo, no hace más de dos temporadas la gestión de Laporta había logrado invertir la situación y convertir al Barcelona en la marca futbolística más apreciada del planeta. Para remate, Florentino Pérez abandonaba el Real Madrid y lo dejaba expuesto a una crisis institucional sin precedentes, donde los aspirantes dirimían sus asuntos en los juzgados a base de querellas. No había mejor modelo que el protagonizado por el "círculo virtuoso" (una descripción usada por los ejecutivos del Barcelona procedente de la teoría empresarial en el tipo de empresas que trabajan en red y conocidas como clusters) que rodeaba a Laporta. La mejor gestión al lado del mejor espectáculo sobre la verde pradera del Camp Nou. Dos Ligas, una Liga de Campeones y un juego mágico protagonizado por Ronaldinho representaron los mejores momentos del Barcelona.
¿Cómo un modelo tan bien diseñado ha quedado hecho añicos en unos meses? Ni siquiera los ciclos económicos se alteran a esa velocidad salvo que suceda una evolución indeseable en la cotización del petróleo o una crisis financiera imprevista (hipotecas subprime, por ejemplo), es decir, factores externos que multiplican los efectos de una crisis. ¿Ha sido el Barcelona un caso de burbuja futbolística? Aun en su eterna comparación con el otro grande, el parecido es aceptable: el Madrid de Florentino y los galácticos entró en crisis tras cuatro temporadas sin títulos y a pesar de ello el presidente dimitió tras haber ganado unas elecciones con un resultado casi a la búlgara.
"He llegado a la conclusión de que en este tipo de clubes que no son sociedades anónimas es necesario un presidente que no sepa de fútbol o que adopte una posición más distante respecto de las estrellas del equipo. Florentino, que hizo una gran gestión, se fue por su cercanía con los jugadores. Laporta se tendrá que marchar más por sus gestos que por su gestión". Quien habla así es un ex miembro de la junta directiva del Barcelona que no desea ser identificado, un problema que ha permanecido invariable a lo largo de todo este reportaje. Ahora mismo, nadie quiere hablar con nombres y apellidos. Demasiada gente está agazapada esperando su momento: antes quieren ver pasar el cadáver de Laporta.
"Voy a poner otro ejemplo", explica esta misma fuente. "Frank Rijkaard hizo una mala gestión deportiva con buenos gestos y se ha marchado con el aplauso de la afición. Cuando pase el tiempo, se verá que Laporta hizo una buena gestión con malos gestos y eso habrá condicionado su final".
Todas las fuentes, afines o menos afines al presidente, apuntan al mismo rostro: el culpable es Laporta. Mejor dicho, su personalidad extrovertida, que ha puesto en riesgo los cimientos de una buena gestión.
"A Laporta se le veía venir de lejos", afirma un ex colaborador. "Como candidato fue el opositor perfecto. Tenía la humildad suficiente como para aceptar los consejos de los expertos. Era un candidato modélico y su proyecto despertó un gran entusiasmo. Detrás de esa imagen estaba el perfil de un hombre simpático y extrovertido, pero con tendencias a ser un personaje irascible y radical, que terminaría dejándose llevar por sus impulsos".
Sometido a un escrutinio diario por la prensa deportiva, los gestos de Laporta comenzaron a estar por encima de su gestión. Es una simplificación inherente al periodismo deportivo y al propio fútbol en España y en otras latitudes. "Frente a lo que pueda parecer", explica un directivo, "Laporta ha participado muy poco en la gestión del club. De hecho, su participación fue nula en los primeros momentos. Sin embargo, ha quedado la conclusión de que la gestión ha sido suya. Es evidente que su papel debía limitarse a una labor de representación del club: cuando llegara el acuerdo, él estaría para la foto". Los éxitos del Barcelona colocaron el foco cada vez más centrado en la figura de Laporta y los jugadores. Todo lo demás quedó aparentemente a resguardo. Pero, colocado en el foco, sus impulsos, su extroversión, su radicalismo, comenzó a deformar la verdadera imagen de la gestión.
"Su radicalismo político no era un problema en principio", cuenta un ex asesor de Laporta. "Sus ideas nacionalistas e independentistas eran conocidas, pero no habrían sido un problema si no las hubiera ligado a sus actividades como presidente. El Barcelona es un club transversal y digiere muy bien diferentes opciones políticas e incluso nacionalistas. De hecho, era conocida la afinidad de Gaspart por el PP y no representó un problema". "En ese sentido", explica un ex directivo, "Laporta lo hizo mal. Falló en los gestos. Nadie le escribió en ningún discurso lo de Visca Catalunya Lliure. Ni siquiera era necesario en un club como éste decir Visca Catalunya. Lo apropiado era decir Visca el Barça. Porque ciertos elementos nacionalistas se pueden introducir sin crear tensión, como fue añadir la senyera en las camisetas. Eso no ofendía a nadie".
Laporta comenzó a no escuchar a sus asesores. Sufrió alguna primera crisis en su junta (la marcha de Rosell y algún otro directivo), resuelta sin graves consecuencias. En los años de gloria y goles, Laporta se convirtió en el personaje más popular de Cataluña. Algún medio de comunicación le contabilizó más de 400 participaciones en actos públicos durante un año. Durante la campaña electoral catalana hubo tensiones entre candidatos por hacerse la foto con Laporta. Era el personaje más deseado. "Y él nunca gestionó bien esa situación. No supo dar un paso atrás".
Sus andanzas comenzaron a hacerse públicas o a correr en voz baja. Los éxitos del equipo garantizaban cierta cobertura, una impunidad gratuita: los medios silenciaron algunos hechos por preservar la inmaculada popularidad del equipo y con ella la de su presidente. Pero algunas cosas no estaban funcionando bien.
Sucedió el episodio del aeropuerto de El Prat, donde Laporta se bajó los pantalones a increpó a un guardia civil en un control de seguridad. El hecho no pasó de ser una anécdota, pero ejemplificó que la imagen virtuosa del club tenía algún tipo de grieta en su presidente. Y no pasó de una anécdota porque las imágenes de aquella bronca, tenazmente buscadas por algunas televisiones, desaparecieron sin que nadie haya dado una explicación. Sucesos posteriores (apartó a su chófer del volante del coche porque se negó a cruzar un semáforo en ámbar) han incrementado esa sensación y la han agravado: también dentro del equipo estaban ocurriendo hechos poco edificantes. Laporta creía que gozaba de cierta protección. Pero la perdió.
Ebrio de popularidad, no midió ninguno de sus actos, ni siquiera aquellos que podían afectar a su vida privada. Empezaron a ser públicos, que no publicables, las relaciones sentimentales de algunos altos cargos con personal del club, y entre ellos el propio presidente. Había un ambiente interno de euforia sin freno tal que la mezcla de camaradería, goles, celebraciones y amoríos entre algunos de sus protagonistas parecían confundir el Edén con el Barcelona. La protección de que gozaba Laporta tenía otra explicación: el Barcelona era la única institución que parecía funcionar en una Cataluña deprimida por ciertos desastres (el túnel del Carmel, los conflictos del tripartito, los retrasos en las obras del AVE...).
Algunas leyendas urbanas corrieron por la ciudad relacionadas con los jugadores, Laporta y algunos de los suyos. No se ha hecho un gran esfuerzo por verificarlas en algún caso. En otros, hay testigos presenciales. La ciudad ha sido un hervidero de rumores en los últimos meses, aunque la gestión empresarial ha seguido su curso, los ingresos han seguido multiplicándose y sin que pueda argumentarse que la marca Barcelona haya perdido crédito internacional. "Del club se comentaban algunas cosas que eran falsas. Una de ellas era el caso del asesoramiento de Johan Cruyff", explica un directivo. "Cruyff no asesoraba al club, de hecho se quejaba de que ya no le preguntaban, pero cuando llega la hora de votar en la moción, Laporta lo hace con Cruyff. Otro error".
Los rumores sobre la vida alegre de algunos jugadores no son nuevos cuando corren tiempos de crisis deportiva. Pero en este caso, se les incorporaba un elemento nuevo: el propio Laporta. Como si fuera un protagonista más. Los rumores sobre su separación matrimonial aumentaron y en esas saltó el episodio del robo de su ordenador. Alguien sustrajo el ordenador del presidente en las oficinas del club. Parece que fue intencionado. Alrededor de ese ordenador y su presunto contenido se han disparado todo tipo de versiones. Como siempre, Laporta estaba en medio. Y el prestigio del Barcelona, en entredicho.
Hay quien establece paralelismos entre la decadencia de Ronaldinho y la de Laporta. Lo cierto es que son coincidentes en el tiempo y no tienen otra explicación que la mera casualidad, pero da pie a que las versiones se retuerzan. La protección se rompió, a cada uno le fue cayendo lo suyo y en el paquete estaban todos juntos, jugadores y presidente. La gestión de Laporta comenzó a ser juzgada por lo que sucedía en el terreno de juego y por sus comportamientos fuera del estadio. En noviembre de 2007, recomponía el organigrama de su junta para limitar las competencias de algunos de sus directivos más brillantes y evitar que adquirieran un protagonismo que reservaba para él. Ese comportamiento neurótico propio de quienes creen que hay conspiraciones contra él ya se había manifestado en otro turbio suceso relacionado con el descubrimiento de unos micrófonos ocultos en el club. Por otro lado, Laporta había llegado a la conclusión de que él representaba mejor la esencia del aficionado culé: mientras los tecnócratas ganaban dinero en el extranjero, él había permanecido años escuchando las inquietudes del socio.
Hasta que la magia se rompió definitivamente. La iniciativa de un voto de censura promovida por un socio, a quien nadie ha pedido demasiadas explicaciones sobre quién podría estar financiándola, ha terminado por desembocar al club y a Laporta hacia un final violento. El voto de censura fracasó, pero ha sido un éxito de convocatoria y ha evidenciado que la masa social quiere un cambio en la presidencia. Los ejecutivos más brillantes han terminado por abandonar el barco. Laporta se ha quedado solo en compañía de pretorianos. Curiosamente, una encuesta realizada por TV3 días antes del voto de censura proclamaba que el 77% de los socios aprobaban las últimas decisiones del club: el fichaje de Guardiola como entrenador y la marcha de Ronaldinho y Eto'o. "Estaba claro que los socios daban por buena la gestión, pero no quieren a Laporta", concluye un ex directivo. Por otro lado, la economía del club parece saneada: sus ingresos previstos rondan los 380 millones de euros y la deuda neta habrá bajado de 218 a 190 millones.
En esas condiciones, la de un presidente acosado, con las encuestas en contra, la prensa disfrutando de barra libre para criticarle y la posición engordando por momentos, la teoría no escrita del fútbol dicta que no queda otra salida que confiar en el juego y los goles del equipo. La economía queda aparte. Sin embargo, hay una asamblea de compromisarios dentro de un par de meses y en ese periodo el Barcelona no estará todavía en disposición de ganar un título. Además, hay antecedentes que prueban que este argumento puede quedar en desuso: Lorenzo Sanz perdió la presidencia del Real Madrid tras haber ganado una Liga de Campeones.
La personalidad extrovertida de Laporta no parece ser la más recomendable para gestionar una etapa tan crítica. Habrá que observar hacia dónde apuntan sus impulsos: dicen que tiene alma de delantero centro (jugó en esa posición en el Sant Andreu) y que sólo sabe comportarse al ataque. Y un presidente acosado actuando a la desesperada augura un final de partido esquizofrénico.