Penya Barcelonista de Lisboa

dijous, de maig 01, 2008

Hechos


Hechos

Hacer pasar por histórica una mala temporada era arriesgado. Por eso la actualidad se muestra tan susceptible, sin que eso signifique que sea, como invita a pensar el disgusto colectivo tras la derrota de Manchester, una catástrofe. El ideario laportista, reducido a máximas pegadizas que simplifican un discurso corrompido por las concesiones personalistas, instauró el círculo virtuoso como fórmula magistral. La excelencia deportiva tenía que reforzar la identidad del club y su capacidad de negocios. A la hora de establecer los criterios de excelencia, sin embargo, enseguida aparecieron discrepancias respecto a fichajes y fútbol base. Así como en ámbitos no deportivos la cadena de mando ha actuado sin grandes interferencias, la deportiva era demasiado apetitosa para mantenerse ajena a los histerismos. El enorme éxito de los primeros años disparó algunas alarmas pero la bisoñez, el descontrol de egos, la inercia narcotizante del triunfo y las relaciones que se habían establecido con los cracks y el entrenador impedían atacar el problema con eficacia quirúrgica.
Para entender el psicodrama actual, hay que remontarse a un espíritu fundacional que cometió la osadía de no prever su decadencia. Rijkaard y Ronaldinho fueron fichados en un clima de confianza y favor. Tanto Laporta como Rosell tuvieron que emplearse a fondo para vender un proyecto que requería paciencia financiera, un plus de riesgo y una apuesta por un futuro que entonces pintaba bastante menos luminoso de lo que pueda parecernos hoy. En el caso de Rijkaard, la confianza sentó las bases de un respeto tan ciego que convirtió en negligentes a Txiki y a Laporta. En el caso de Ronaldinho (y otros), los favores se cobraron en forma de vista gorda. Los éxitos se sucedían y nadie supo - aunque me consta que se intentó-, ponerle el cascabel a un gato maleado por la adulación y el compadreo. El brasileño marcó el listón de un sistema de recursos humanos temerario, explosivo y, sobre todo, injusto. Cobrados con intereses, los privilegios se transformaron en vicios, y los vicios en norma de un club que quiere convencerse de que, con los mismos responsables, es posible iniciar otro ciclo. Los cartuchos de la labia presidencial están agotados, y eso debería reforzar la credibilidad de un club que no atraviesa por un momento trágico pero sí de crisis estructural y transversal. Más que nunca, conviene argumentar sin fomentar la reactividad mediática, hablar claro y evitar la chulería populista. Si algo hemos aprendido en estas últimas temporadas es que al Barça no le basta con nuevos jugadores y que la situación requiere de cambios relevantes en los sistemas de trabajo del área deportiva. Cuando Gaspart quiso atribuirse el continuismo renovador del nuñismo, fracasó. Ahora Laporta tiene la oportunidad de renovarse a sí mismo e impulsar la modernización de la entidad. Sin fusibles y sin sermones, sólo le queda la posibilidad, nada desdeñable, de los hechos. Si no lo hace él, tendrán que hacerlo otros.