Penya Barcelonista de Lisboa

dilluns, de març 22, 2010

Messi es infinito


Messi es infinito

Messi no tiene remedio. Decide los partidos con una autoridad incontestable y por momentos parece desmentir a su técnico, que remarca la necesidad de sus compañeros para que brille. Leo necesita media oportunidad para meter tres goles. Como anoche en La Romareda. Primero atendió un centro atornillado en el suelo, luego trazó un eslalon fantasioso y terminó con un remate colocado desde el borde del área. Preparado para detener al contrario pero no para arrinconarlo, el Zaragoza se contentó con rebajar el nivel del Barça, lejano a la excelencia que alcanzó por momentos con el Valencia y ante el Stuttgart. Hasta que Messi quiso.

Advirtió Guardiola que utilizaría las rotaciones y éstas no se hicieron esperar. En La Romareda no salieron de inicio Puyol ni Iniesta, una ausencia que desequilibró al Barça, huérfano de creadores, de pases verticales. Se potenció el músculo sobre la fantasía. Busquets, Touré y Keita, un eje de brega, con el mono puesto y sólo utilizado en la doble confrontación de la Copa ante la Leonesa y frente al Mallorca en el Camp Nou. Sin buen fútbol, todo se saldó con éxito. No varió la escenificación de anoche, donde el Barça careció de ingenio. Sin el lesionado Xavi ni Iniesta, batutas del fútbol coral que dan sentido al juego y trasladan la pelota al frente de ataque, el conjunto azulgrana careció del pie, orden y visión periférica que destila con asiduidad. Lagunas que Guardiola solventó con una apuesta innegociable: la presión avanzada en el lugar de la pérdida.

Desprovisto de toque y de aptitudes para ejecutar un fútbol de salón, el Zaragoza no se entretiene en la elaboración. Lanza balones a las carreras de los extremos, fiado a la velocidad y al remate oportunista. Los pases son kilométricos y alguno preciso porque los equipos rivales no suelen atosigar en las posiciones adelantadas. Guardiola contrarrestó con las líneas adelantadas. Una argucia de doble filo. Por un lado, los centrales Piqué y Milito, de pasado zaragocista, no resaltan por su capacidad de reacción ni velocidad, por lo que los metros a sus espaldas eran una guillotina en tiempos de Robespierre. No le importó al Barça, que, solidario y acompasado en sus movimientos, abrumó la salida de la pelota de la defensa adversaria hasta el punto de inyectarle un misterioso tembleque a los zagueros. Pases de pacotilla y aniquilado el Zaragoza. Sobre todo a pies de Diogo, un cómic de lo que fue en su día, cuando devoraba los metros del carril sin apenas inmutarse. El lateral, nada más iniciarse la representación, se repensó si sacar el balón de un pelotazo o dar un pase a la siguiente línea. Hizo lo contrario y le regaló el cuero a Ibrahimovic, que atendió el desmarque de Pedro a su izquierda. El extremo pisó la línea de fondo, alzó la mirada y puso el balón a la cabeza de Messi, que, plantado en el suelo, giró el cuello para batir a Roberto.

Se desmontó el Zaragoza, que planeó todo del partido -no regó ni recortó el césped antes del partido para desproteger el fútbol vertiginoso del Barça- menos encajar un tanto al desperezarse. Lacerado su orgullo, el equipo estiró las líneas, lanzó balonazos y aguardó a las segundas jugadas. Así dispararon Gabi y Chupete; así malogró Eliseu un mano a mano con Valdés. Poco peligro, en cualquier caso, para atenazar a Valdés. Tampoco se prodigó en exceso el Barça en el área opuesta, a excepción de una espuela de Piqué y un cabezazo de Ibrahimovic en sendos saques de esquina. Faltaba Messi.

El duelo sólo se rompía cuando el Zaragoza superaba la línea de presión en la salida del balón -las menos- y cuando el Barça combinaba de primeras, algo ocasional por las ausencias de Xavi e Iniesta. Lo de Messi era otra liga. Cambió el dibujo el Zaragoza al restar un medio centro por un extremo y el Barça tiró a Messi al centro. Pero no varió el duelo porque el Barça no ganó peloteros y el Zaragoza no se las ingenió para descomponer la presión rival, por más que descubriera el pase a las espaldas de la defensa. Milito y Piqué no palidecieron y la puntería blanquilla fue nula. Similar a la de Ibrahimovic, que regresó a la lanza de ataque, olvidado en el banquillo frente al Stuttgart y ensombrecido en La Romareda, incompresiblemente fallón, incluso con la portería vacía. Pero eso no le importa a Messi, que siempre se las arregla para descolocar al rival. Lanzó un zigzag y marcó; pilló una bola en el borde del área y marcó. Y cogió otra pelota y provocó un penalti, que se lo dejó a Ibra para que se resarciera. La respuesta del Zaragoza fueron dos goles de Colunga. Pero eso no detiene a Messi.