Un Messi celestial perpetúa el gran pulso
Un Messi celestial perpetúa el gran pulso
Un flemón tenía en vilo a la Liga. En este fútbol tan sofisticado, en esta Liga de fichajes e ingeniería de despachos, un flemón tenía en jaque a Messi y los cinco sentidos de Barcelona y Real Madrid, Real Madrid y Barcelona, los protagonistas del gran pulso. Finalmente Messi, con flemón, jugó y ganó el partido siendo con otra actuación deliciosa que embelleció un partido por lo demás bronco, ralo.
Con la primavera recién entrada, en el día mundial de la poesía, parecía impropio que algo tan prosaico como un flemón frenara a un jugador que atraviesa un momento de forma celestial, cercano a lo inefable. Ha marcado once goles en los últimos cinco partidos. En Liga el gol del Barcelona es Messi: el segundo al Málaga, los dos al Almería, los tres al Valencia, estos tres de hoy... ha superado ya, en 27 partidos, su registro de la pasada Liga (25 goles contra 23). Y lo ha hecho, conviene recordarlo las veces que haga falta, con goles de todo tipo pero un puñado de ellos en la categoría de las obras de arte. Así fue el segundo de hoy, el que mató el partido.
Porque el partido no se puede explicar más allá de Leo Messi. Él lo decantó en el minuto 4 con un remate de cabeza que desnudó a la defensa rival, temblorosa ante su figura. Y él lo cerró cerca del ecuador del segundo tiempo en una jugada escandalosa en la que robó en la medular y cruzó el campo como un cuchillo para antes de quebrar por dos veces a un aterido Contini y cruzar ante Roberto. Una superioridad sobre los defensas, otra vez, insultante. Una categoría excelsa. Después, con el partido ya roto y el Barcelona campando a sus anchas, celebró otro 'hat-trick' con un disparo desde fuera del área. Pero había más. Cuando Colunga incendió La Romareda con dos goles, Messi dejó cada pieza en su lugar con un penalti que cedió a Ibrahimovic después de forzarlo a base de quiebros y requiebros en el área hasta que le derribó Contini, preso de la frustración. O quizá del mareo.
Con Messi como alfa y omega, el Barcelona salvó una salida de cuchillos largos, una que apuntaba a complicada, y lo fue, después de rumiar durante muchas horas un nuevo triunfo del Real Madrid. Así es el gran pulso. Perder es morir y un empate casi una cadena perpetua. Ahora los dos transatlánticos empatan a 68 puntos. El resto es otro universo. Hubo quien discutió la liga dual, el binomio tiránico. Pero los hechos son que Valencia viaja a 18 puntos, el Sevilla a 24... y el Atlético, que descarriló tan pronto, en la mitad exacta de puntos (34).
Tenía que ganar el Barcelona y ganó. Misión cumplida con el duelo directo del Bernabéu acercándose de forma vertiginosa, como una sombra que lo marca todo, que obliga al máximo. Jugó un partido serio pero sin más brillo que el de Messi. Salió mandón y se dejó llevar después, dio vida a un Zaragoza animoso y terminó entre la placidez y la histeria con el loco carrusel final. Esa histeria también tuvo cara: Ibrahimovic. El sueco, que vive de examen en examen y que necesita una visita urgente al diván del psiquiatra, empezó metido en el partido y se fue espesando, entorpeciendo sus acciones y torciendo el gesto. Después falló, falló y falló. Ante Roberto e incluso sin él, tras asistencia de Pedro y a puerta vacía. Tan desencajado lo vio Messi que le dejó el penalti, el que pudo ser su cuarto gol, para que quitara un poquito, al menos un poquito, de la ansiedad que le tiene completamente atenazado.
El Zaragoza vivió una noche de contrastes, con motivos para la preocupación y la esperanza, pero con una realidad que no le saca ni un ápice de la zona de descenso. Salió timorato, asustado y fallón, regalando un gol rápido y estropeando el trabajo supuestamente exhaustivo de Gay y sus entrenamientos a puerta cerrada. Después, mientras que el Barça perdonaba (Touré, Ibra...) y comenzaba a sestear, se rehizo y disputó el partido. Fue centímetro a centímetro trabajando en cada rincón del campo y avanzando hacia Valdés. Sin grandes ocasiones, apretó y cambió la inercia. Por entonces Ponzio definía el partido de su equipo en su cruda batalla en una banda donde Messi y Alves volaban en oleadas.
En el segundo tiempo Gay dejó que el partido se desatara. Quitó cemento (Edmilson) y metió visión (Lafita) y velocidad (Colunga) y se dispuso a intercambiar golpes con el gigante. Y perdió. Pero durante algunos minutos enseño una constantes vitales de lo más saludable, más por energía que por fútbol. Hasta que Messi dijo basta. Primero marcó dos goles y después, cuando Colunga hizo otros dos ante una defensa despistada con la salida de Piqué y Milito, forzó el penalti del último gol, el que aseguró que se perpetuaba el pulso.
Ganó el Barcelona en un partido que se ennobleció en la recta final, con Messi y Colunga empujando y marcando. Pero ganó el Barcelona y sigue le pulso: empate a 68.Y en los próximos siete días, dos jornadas más. Que nadie pestañee.
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