Penya Barcelonista de Lisboa

dijous, de febrer 25, 2010

El domador de euforias



El domador de euforias
Guardiola reprendió a Thiago por su forma desmedida de celebrar su primer gol

Guardiola es lector de Albert Camus, quien escribió que no era complicado tener éxito, sino que lo realmente difícil era merecerlo. El entrenador del Barça basa sus triunfos en el esfuerzo en el campo, la entrega en los partidos, la solidaridad con el compañero, el respeto al adversario. Es como si pretendiera que el éxito fuera la consecuencia lógica de una exigencia profesional, como si estuviera convencido de que no se puede celebrar una victoria sin merecerla. Para ello, intenta tener un vestuario estimulado, atento, cohesionado. Y sabe que la mejor manera de que no falte ninguna de las piezas del rompecabezas de la gloria es controlándolo todo, incluido los egos de los futbolistas consagrados y las euforias de los jugadores noveles. Sólo así se entiende que Guardiola reprendiera a Thiago por celebrar de forma demasiado ardorosa la obtención de un gol en el estadio, el pasado sábado ante el Racing. ¿No es un exceso de celo llamar la atención del joven mediocampista del Barcelona B tras conseguir marcar en los quince minutos que le concedió el entrenador? ¿No era lo más lógico del mundo gritar alborozado y abrazarse a su amigo y compañero del filial Jonathan dos Santos que estaba en el banquillo?

El tirón de orejas puede parecer desproporcionado, y más verbalizado en la conferencia de prensa posterior al partido. Y continuó al día siguiente cuando Thiago se cayó de la lista para viajar a Stuttgart. Guardiola es un domador de euforias, pero también resulta un adiestrador de personalidades. No es el entrenador un tipo que no comprenda la emoción de marcar el primer gol en el Camp Nou, ni que espere que sus futbolistas repriman sus sentimientos. Pero Thiago tiene un descaro parecido dentro y fuera del campo, y Guardiola quiere que el futbolista toque de pies al suelo, que se desenvuelva con humildad en el grupo y que no se comporte con insolencia en el campo.

El padre de Thiago es nada menos que Mazinho, un mediocampista que fue campeón del Mundo en 1994 y que en España jugó en el Valencia y el Celta. Ha adoptado el apellido Alcántara de su madre, pero siente devoción por su progenitor. Seguramente no ha querido que el apellido paterno pesara como una losa en su currículo, aunque Mazinho sea su referencia. De hecho, no sólo es su maestro futbolero, sino también su agente, que espera que con 19 años renueve su contrato con el Barça. El padre considera que su hijo ha pagado un alto precio por celebrar un gol, pero está convencido de que Guardiola no toma decisiones a la ligera, y que sus motivos habrá tenido para devolverlo al filial en lugar de haber viajado a Alemania.

Thiago es un buen futbolista, un excelente jugador de fútbol, al que sólo puede perderle su arrogancia, que a veces sorprende en el terreno de juego. No se trata de algo que no se puede corregir, pero debe comedirse en algunas actitudes. Sobre todo conociendo a su entrenador, que no quiere que nada se le escape. Un técnico que dejó escapar a uno de los mejores delanteros del planeta, como es Eto'o, para que no se le descompusiera el vestuario, difícilmente aceptará que un debutante saque más pecho de lo razonable. Lo del feeling es eso, y no una cuestión de piel.

Personalmente apostaría por Thiago, aunque le haría ver que el éxito bien entendido se cimenta en la categoría humana más que en el atrevimiento incontrolado. La joven promesa lo tiene casi todo para triunfar: toque, regate, disparo. Pero deberá hacer caso a Pep, que puede que sea un entrenador un tanto especial, pero al que no se puede discutir su sensatez.

En cualquier caso, un punto de descaro está bien que mantenga, una vez que haya entendido que esta bien comerse el mundo, pero mejor hacerlo a pequeños bocados. Y masticando bien.

Marius Carol. La Vanguardia.es

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