Son los que son y son competitivos
Son los que son y son competitivos
Los llamados 'suplentes' volvieron a demostrar que las victorias son de todos
Sergi Pàmies- La Vanguardia
Los llamados 'suplentes' volvieron a demostrar que las victorias son de todos
Sergi Pàmies- La Vanguardia
El Barça sigue superando obstáculos, en esta ocasión sin caer ni en la pena ni en la gloria a la que nos tiene acostumbrados. Aunque la victoria contra el Mallorca lo disimule, el equipo llegó a la isla propulsado por una corriente de recelo. ¿Las causas? Las lesiones y las ausencias y ese sentimiento, viscosamente inconfesable, de que las cosas buenas no pueden durar siempre.
El resultado es lo mejor. Sin embargo, ser resultadista hoy no es una concesión sino el premio a una constancia que debería permitir asumir esta victoria como una justa y competitiva recompensa y no como una traición a principios identitarios. No hubo excesiva épica, y ni siquiera el himno del equipo local sirvió para amedrentar al visitante. Y eso que se trata de uno de los cánticos más optimistas de la Liga. Arriba, no hay nada igual, ganaremos, triunfaremos y somos superiores son algunos de los conceptos de una letra que abusa de la autoestima.
A medida que el Barça va superándose a sí mismo, crece –sin evidencias razonables para que sea así– el pánico a que todo empiece a torcerse. Muchos culés viven ese temor en silencio, como las almorranas. Por eso, cuando empezó el partido, con un reparto discontinuo del balón y mucha imprecisión, parecieron reforzarse los augurios más supersticiosos y empezó a echarse de menos, ay, a los ausentes.
La despersonalización inicial del juego contribuyó a sembrar la duda. Antes del partido, Guardiola tuvo un momento de ironía descriptiva y, no sin orgullo, recordó que aunque muchos no creen en los suplentes, él sí. “Somos los que somos”, dijo, e intentó que compartiéramos su confianza. Y allí estaban, Pinto, Adriano, Keita y Maxwell (y Bojan, Affelay y Montoya), integrados en un equipo que, a partir del primer gol, volvió a reconocerse a sí mismo.
Y, como había anunciado Pep Guardiola con su “somos los que somos”, Keita contribuyó decisivamente al primer gol y permitió a Messi sorprender con una maniobra de dos toques de cabeza. Si fuera otro, quizá pasarían desapercibidos, pero, siendo él, merece calibrarse la singularidad de los detalles.
Sabemos que con los pies Messi es imbatible, sorprendente, decisivo, veloz, imprevisible. Con el resto del cuerpo, en cambio, no sabemos cuánto abarca su creatividad. En Roma marcó un legendario gol utilizando la cabeza y el cuerpo como proyectil pendular. Vio el balón y, utilizando sus superpoderes, voló a buscarlo. En otra final, marcó con el pecho y sintió el empuje del escudo. Y ayer, en Mallorca, marcó con la determinación y la intuición que, casualmente, se localizaba en su cabeza. También pudimos disfrutar de un gol de Villa, de esos que obligan a los expertos en fuera de juego a someter sus meninges a fuertes presiones existenciales (un fuera de juego que los culés fingen no ver para compensar las veces en las que nos acusan, injustamente, de cometerlos).
Y, como guinda, el enésimo golazo de Pedro. Durante la primera parte, había recibido palos y empujones, se había quejado con razón y había puesto cara de estar incómodo. Pero era comedia. Cuando tuvo la oportunidad, engatilló un disparo parabólico (que luego desvirtuó diciendo que el balón había tocado en un defensor) que cerró un marcador fantástico para los intereses del Barça.
Cada culé decide con lo que prefiere quedarse, si con la desorientación de la primera parte o con la eficacia de la segunda. Luego los más viciosos querían más y, en lugar de celebrar tranquilamente la victoria, se fueron a ver, insaciables, al Madrid.
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