Autoayuda contra autoengaño
Autoayuda contra autoengaño
Que, tras el partido del sábado, saquen pecho el Espanyol y el Real Madrid no significa que el Barça tenga que bajar la cabeza. Esa es la conclusión a la que deberían llegar los culés ante la movida que se nos viene encima. Pero, para que la autoayuda funcione, conviene no trufarla de autoengaños destinados a minimizar cualquier lectura crítica de la derrota.
Si, como dicen Guardiola y otros pensadores, las derrotas enseñan más que las victorias, es imprescindible poner a un lado las circunstancias adversas (un árbitro que parecía el asistente -malo- de sus asistentes -igualmente malos-, el fútbol interruptus del rival, tolerado por un reglamento que penaliza la fluidez y que legaliza el grumo) y a otro lado las limitaciones propias (líneas separadas, empobrecimiento de recursos, fatalidades -el accidente de Valdés-, experimentos fallidos -Busquets asumiendo los principios del Athletic de Bilbao- y desaprovechamiento de las pocas oportunidades creadas -véanse Henry y Gudjohnsen-).Partiendo de una autocrítica -la participación en una pérdida de autoridad que afectó, además de al Barça, al árbitro y a parte del público del Camp Nou-, la autoayuda se refuerza y se puede afrontar el partido de mañana con un estado anímico que le haga justicia a lo vivido hasta hoy. Que el entrenador azulgrana confíe en levantarse y proseguir es un buen síntoma. Su resistencia a hurgar en heridas artificiales o enfatizadas por estrategias mediáticas debería ayudar a mantener la preocupación en su justo término y a no caer en el pánico inducido. El azar ha querido que, en semejante contexto, salga a la venta el libro El Barça al descobert,de Jordi Badia, que fue director de comunicación del club entre el 2003 y el 2008. Para los adictos a la vida interior del club (la más interesante siempre será la externa), es un documento relevante, que ordena relatos que, hasta hoy, se habían cruzado y que, en ocasiones, sufrían las mutaciones propias de la exageración o el interés. En este sentido, la aportación de Badia es útil y complementaria y está, casi siempre, documentada (pese a la pretensión de objetividad periodística, tiene el encanto de lo subjetivo, sobre todo cuando describe caracteres tan peculiares como el de Laporta o el de Albert Perrín, fundamentalista de la grosería reconvertida en lealtad). La versión de Badia, sin embargo, que ofrece argumentos para hacer comprensible su actuación con el legítimo deseo de defenderse del infundio, peca de lo mismo que pecó su actuación. Él mismo admite haber caído en el exceso de confianza, la ingenuidad y la inconsciencia y, en determinado momento, haber sentido la tentación del orgullo. Por supuesto que, además, hizo cosas que quedarán, pero, a medida que avanzas en la lectura, confirmas un temor: que el club ha sido, en muchos momentos de su historia reciente, un velódromo de egos, caótico e imprevisible, y que las luchas internas traicionaron preceptos electorales y relativizaron un discurso podrido por la grandilocuencia. Y, para aquellos que, por motivos profesionales, hemos estado un poco más cerca de este baile (tantas veces mezquino, tantas veces grandioso), el libro de Badia refuerza la impresión inicial de que no era la persona indicada para el cargo (su metodología no ofreció soluciones y salidas a todas las exigencias comunicativas que rodean un club como el Barça) y que, habiendo sufrido las humillaciones que cuenta y habiendo vivido las incoherencias y caprichos descritos en su relato, debería haberse marchado mucho antes. El interesante libro de Badia también trata de eso, de las contradicciones de alguien que, aun teniendo legítimos motivos para sentirse orgulloso de lo que ha hecho, desvela las razones por las que nunca debería haberlo hecho.
Que, tras el partido del sábado, saquen pecho el Espanyol y el Real Madrid no significa que el Barça tenga que bajar la cabeza. Esa es la conclusión a la que deberían llegar los culés ante la movida que se nos viene encima. Pero, para que la autoayuda funcione, conviene no trufarla de autoengaños destinados a minimizar cualquier lectura crítica de la derrota.
Si, como dicen Guardiola y otros pensadores, las derrotas enseñan más que las victorias, es imprescindible poner a un lado las circunstancias adversas (un árbitro que parecía el asistente -malo- de sus asistentes -igualmente malos-, el fútbol interruptus del rival, tolerado por un reglamento que penaliza la fluidez y que legaliza el grumo) y a otro lado las limitaciones propias (líneas separadas, empobrecimiento de recursos, fatalidades -el accidente de Valdés-, experimentos fallidos -Busquets asumiendo los principios del Athletic de Bilbao- y desaprovechamiento de las pocas oportunidades creadas -véanse Henry y Gudjohnsen-).Partiendo de una autocrítica -la participación en una pérdida de autoridad que afectó, además de al Barça, al árbitro y a parte del público del Camp Nou-, la autoayuda se refuerza y se puede afrontar el partido de mañana con un estado anímico que le haga justicia a lo vivido hasta hoy. Que el entrenador azulgrana confíe en levantarse y proseguir es un buen síntoma. Su resistencia a hurgar en heridas artificiales o enfatizadas por estrategias mediáticas debería ayudar a mantener la preocupación en su justo término y a no caer en el pánico inducido. El azar ha querido que, en semejante contexto, salga a la venta el libro El Barça al descobert,de Jordi Badia, que fue director de comunicación del club entre el 2003 y el 2008. Para los adictos a la vida interior del club (la más interesante siempre será la externa), es un documento relevante, que ordena relatos que, hasta hoy, se habían cruzado y que, en ocasiones, sufrían las mutaciones propias de la exageración o el interés. En este sentido, la aportación de Badia es útil y complementaria y está, casi siempre, documentada (pese a la pretensión de objetividad periodística, tiene el encanto de lo subjetivo, sobre todo cuando describe caracteres tan peculiares como el de Laporta o el de Albert Perrín, fundamentalista de la grosería reconvertida en lealtad). La versión de Badia, sin embargo, que ofrece argumentos para hacer comprensible su actuación con el legítimo deseo de defenderse del infundio, peca de lo mismo que pecó su actuación. Él mismo admite haber caído en el exceso de confianza, la ingenuidad y la inconsciencia y, en determinado momento, haber sentido la tentación del orgullo. Por supuesto que, además, hizo cosas que quedarán, pero, a medida que avanzas en la lectura, confirmas un temor: que el club ha sido, en muchos momentos de su historia reciente, un velódromo de egos, caótico e imprevisible, y que las luchas internas traicionaron preceptos electorales y relativizaron un discurso podrido por la grandilocuencia. Y, para aquellos que, por motivos profesionales, hemos estado un poco más cerca de este baile (tantas veces mezquino, tantas veces grandioso), el libro de Badia refuerza la impresión inicial de que no era la persona indicada para el cargo (su metodología no ofreció soluciones y salidas a todas las exigencias comunicativas que rodean un club como el Barça) y que, habiendo sufrido las humillaciones que cuenta y habiendo vivido las incoherencias y caprichos descritos en su relato, debería haberse marchado mucho antes. El interesante libro de Badia también trata de eso, de las contradicciones de alguien que, aun teniendo legítimos motivos para sentirse orgulloso de lo que ha hecho, desvela las razones por las que nunca debería haberlo hecho.
Sergi Pàmies, La Vanguardia, 23.02.09
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