Iniesta pone al Madrid a sus pies
El Barça, guiado por el arte del manchego y un Messi genial, logra remontar un gol de Benzema a los 21 segundos con un segundo tiempo primoroso
JOSÉ SÁMANO - EL PAÍS
Al mejor Madrid de la etapa de Mourinho también le dio un revolcón el Barça con más dudas en la era Guardiola. Con ese cartel llegaron uno y otro al clásico, que de un plumazo borró las etiquetas. Cara a cara, de nuevo los azulgrana fueron superiores. Esta vez fue una victoria más meritoria si cabe que las anteriores. El Barça, alejado en la clasificación, se vio con un gol en contra a los 21 segundos, con lo que ello supone en Chamartín. Le costó despegar, pero, en las malas, encontró el mejor socorro posible: Messi. Al argentino se le fue agregando el coro, con Iniesta a la cabeza, que dejó un segundo tiempo para el Museo del Prado. El Bernabéu, como ya hiciera en su día con Ronaldinho, le despidió con honores. Con el baile de Iniesta, el Barça brindó por el fútbol con un segundo tramo soberbio, sin conceder verbo alguno a su rival, que arrancó con fuego y acabó rendido.
Hasta que el Barça de Iniesta enmarcó el fútbol tras el receso fue un partido con curvas iniciales, lo que no hacía presagiar el desenlace. En un parpadeo marcó Benzema. Al Barça, a rebufo en la Liga, se le salió la cadena: al equipo más paciente del mundo le entró el vértigo. El resultado fue un conjunto más impreciso de lo habitual. Lo suyo contribuyó el Madrid, que se plantó como en la ida de la Supercopa, con el macizo muy cerca de Valdés para evitar que los azulgrana colonizaran el balón desde su línea defensiva. Al primer ahínco, el Madrid hizo bingo. Valdés, que suscita tan pocas dudas con los pies como con las manos, falló un despeje. Di María, siempre dispuesto para sacar tajada, recibió el regalo y, tras un rebote favorable a Özil y un segundo rechace para suerte de Benzema, llegó el gol del francés.
El Barça notó la descarga, encapsulado por su adversario, que por momentos convirtió Chamartín en Vallecas. Ni una rendija para el Barça, agobiado a cada paso. Pocos equipos le hacen estar tan a disgusto como cuando el Madrid le lleva al rincón y aprieta el colmillo ante sus zagueros. Ese era el plan de Mourinho, el mismo que en el primer acto de la final de la Copa, también un calco del Madrid de la Supercopa. No hubo tridente: Özil desplazó a Khedira y Lass dejó el lateral a Coentrão. El Madrid se dispuso a morder con mucho hueso, pero con gente de enorme caché para la segunda jugada, para explotar cada birle de pelota.
El Barça, un equipo que privilegia su inagotable veta de volantes, no encontraba a sus centrocampistas. Por entonces, aún levitaba Iniesta; Cesc, futbolista para todo, no estaba en nada y no había rastro del periscopio de Xavi. Abrumado el equipo visitante, el Madrid, poco a poco, gestionó mal su ventaja. Quiso negociar el tanto de Benzema y, minuto a minuto, se sintió complacido con simplemente desteñir al Barça. El Madrid era capaz de cortocircuitar a su contrario, pero le faltaba pujanza ofensiva. Salvo un remate alto de Cristiano, que no dio una puntada a Di María, que llegaba solo por su derecha, en la primera parte, el Madrid nunca exigió a Valdés con las manos, mucho más apremiado el meta con las botas. Al rescate azulgrana acudió Messi, una pésima noticia para el Madrid y cualquier adversario. Estrangulado el equipo en el eje, el argentino se saltó el manual. Sin pistas del Barça académico, posesivo y paciente, Messi metió el turbo. Casillas le frustró con una parada formidable. No hubo quien le frenara, centrocampistas o defensas, al filo de la media hora. Esprintó desde su campo mientras se desparramaban madridistas a su alrededor y a mil por hora encendió las luces para filtrar un pase a Alexis entre Pepe y Coentrão. El chileno, que en el día grande desplazó a Villa, remató con potencia y precisión. Un premio para el sudamericano, que se desplegó con enorme energía. Tiene el vigor de Eto’o y una potencia descomunal. Y Messi ya le tiene por socio.
Al hilo de La Pulga, para el que Mourinho reclamó una expulsión que no procedía en absoluto, el Barça se desempolvó y, poco a poco, se fue pareciendo a sí mismo. Como su ideario es indiscutible, el conjunto catalán mantuvo la fe, empeñado en encontrar su distinguido molde. No quiso ser otro Barça, sino el Barça de siempre. Y lo logró. De vuelta del descanso, irrumpió en su papel estelar. El mejor Xavi, el que hace que el fútbol gire a su alrededor como un reloj; el mejor Iniesta, que dio el do de pecho con un segundo tramo celestial; el mejor Cesc, ese jugador versátil al que pocos adivinan por dónde llegará -no hay futbolista con tantos puestos-; el mejor Alves, que rema y rema. Todos se sumaron a la causa de Messi, el mejor con el peor Barça y con la misma excelencia en la crecida azulgrana. Con todos en combustión, el grupo de Guardiola gobernó con autoridad todo el segundo tiempo, hizo un rondo ante un Madrid que perdió depósito. Es sofocante, inhumano incluso, perseguir y perseguir barcelonistas durante hora y media cuando estos imantan la pelota y esta les obedece. Apareció el Barça del toque a toque, con la pausa necesaria y el pistón a punto. Irresistible para el Madrid, que donde el Barça encontró a Messi nunca tuvo el lazo de CR, que, con el paréntesis de la final de Copa, otra vez estuvo fuera de foco en un clásico.
Con los de Guardiola tocando los violines, el Madrid perdió físico y fue un conjunto tironeado. Lo contrario que el Barça, que anudó el balón hasta que Xavi logró un gol tan rebotado como el inicial de Benzema. Su disparo desde larga distancia, en dirección a Casillas, lo desvió Marcelo. Sin demora, Alves lazó un centro combado y Cesc llegó al segundo palo para dejar sonado al Madrid con un cabezazo. Fin para el clásico, un clásico que siempre llevará el apellido de Iniesta, un Nijinski con botas. Un repertorio infinito: con su capacidad para ventilar rivales, el Barça fue profundo; con su angular para tejer el juego, el Barça encontró su discurso. Iniesta tiene de todo. En medio del recital del manchego, para descalabro de Coentrão, el Madrid se sostuvo como pudo hasta el último suspiro, sometido por completo, solo alterado por el enésimo papel de Pepe como forajido. Por suerte para el fútbol, nadie se condujo por su vía camorrista. Esta vez el clásico se cerró con un gesto de cordura y sensatez: Mou saludando por iniciativa propia a Tito Vilanova. Un gesto de nobleza del portugués, que corrigió en público su pública afrenta en la Supercopa. Un broche señorial para un partido que dejó al líder a los pies de Iniesta y al Barça de vuelta a sus orígenes. En Madrid, con todo en contra, se buscó a sí mismo hasta que se encontró. Su rival le anuló parcialmente, pero este Barça tiene cuerda, mucha cuerda.
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