La belleza de la rutina
La belleza de la rutina
El Barça conquista su tercer campeonato liguero consecutivo al empatar en Valencia con el Levante tras un partido sin celebridades, en un día más para esperar que para jugar
RAMON BESA - Valencia - 11/05/2011
Hay veces en que el tiempo pasa volando, sobre todo cuando se juega contra reloj, imposible meter un gol: así se le escapó al Barça la Copa después del cabezazo de Cristiano en Mestalla. También se dan ocasiones en que la vida se suspende por arte de magia, como cuando Iniesta aguardaba a que bajara la pelota en Stamford Bridge o en Johanesburgo mientras el aliento de la hinchada cargaba su pierna. Y se cuentan momentos en que las horas se hacen eternas porque la victoria se da por descontada y cuesta que pasen los partidos: más o menos lo que le ha pasado al Barcelona desde que visitó el Bernabéu y se le adjudicó la Liga.
Aquello sucedió el 16 de abril y los azulgrana no cantaron el alirón hasta ayer, 11 de mayo, en Valencia. Han pasado muchos días como para aguardar un gol fantástico o una celebridad de jugada. La afición esperaba que se consumara el triunfo de una vez y no reparaba en nada extraordinario. Quería simplemente ganar la Liga. Y así sucedió, tal y como estaba previsto, en casa del Levante. El título cayó por inercia, sin boato ni épica, tras un partido que duró lo que no está escrito, por pesado y sospechoso: en el último cuarto hubo un pacto de no agresión. El empate convenía a los dos: se salvó el Levante y salió campeón el Barça.
El Barcelona hipnotizó de salida al Levante. No arriesgó con la alineación, se pasó la pelota durante un cuarto de hora largo de punta a punta de la divisoria,, como quien no quiere la cosa, y hasta pareció que no iba a disputar el partido. Al Levante le pareció estupendo, de manera que se recogió en su propia cancha con un equipo muy físico, para nada interesado en la elaboración del juego ni en la pelota. Ausentes Pedro e Iniesta, la posesión azulgrana resultaba estéril porque su desequilibrio quedaba reducido a las aceleraciones de Messi y Caicedo intervenía muy poco, solo contra el mundo, muy lejos de Valdés.
Así pasaban el rato unos y otros, sin intensidad ni agresividad, ni puñetería. Ni una ocasión, ni una buena jugada, ni un pase filtrado ni un susto. A los dos les gustaba el empate y cualquiera hubiera jurado que habían hablado del marcador antes de salir a la cancha. Falsa impresión. Justo cuando el partido se dormía, metidos los futbolistas en la sauna, convertido el estadio en un balneario, Xavi templó el cuero y el centro meloso del volante lo cabeceó Keita para sorpresa de Munúa. Un gol, a cámara lenta, tan bonito como inesperado, propio de un jugador laborioso y de tranco largo y buena testa como Keita.
Vencido el Levante, el gol anestesió curiosamente al Barcelona. Los azulgrana regalaron el empate y hasta concedieron una clamorosa segunda ocasión después de un lio de piernas y cabezas, como si los zagueros acabaran de levantarse de la siesta. Piqué no se entendió con Valdés en una cesión, mal acompañada por el central y no corregida por el portero, y Caicedo embocó a la red. Tampoco atinó Xavi poco después en un control, sorprendido por el rival, y al Levante se le escapó por poco el que hubiera sido el segundo gol. Espectadores de excepción, los granota no acabaron de agradecer la generosidad del Barça.
La segunda parte comenzó más alborotada que la primera, quizá porque el Barça le puso dinamismo y agresividad al encuentro y al Levante le costó más negar los espacios y combatir la profundidad azulgrana. Messi agarró el cuero y empezó a regatear sin parar en busca del gol de la Liga. A veces le rebanaban el balón, en otras se lo dejaba y hubo una ocasión en que después de sortear a los zagueros y al portero acabó por rematar al palo. Marró la definición después de una excelsa conducción. La jugada de la Pulga valió por un partido que el Levante tuvo abierto por la presencia del fenómeno Caicedo.
El partido quedó reducido prácticamente a un mano a mano entre Messi y Caicedo, hasta que Luis García sustituyó al ecuatoriano y el argentino entendió que se había acabado la batalla. Y, justamente entonces, se apagó la luz y los dos equipos mataron el tiempo hasta que el árbitro pitó el final. No pasaba la pelota de medio campo, casi siempre a pies del Barça, mientras el Levante se lo miraba sin entrar, sin disputar, sin competir. ¿Feo? Igual que en 2005, cuando el Barcelona de Rijkaard también ganó la Liga y después descendió de forma sorprendente el Levante. No parece que vaya a ser el caso de la actual temporada.
Merece seguir el Levante en la elite como mejor tercer equipo del campeonato en la segunda vuelta y nadie puede discutir el título ganado por el Barcelona: si a los azulgrana les ha costado acabar el torneo es porque lo empezaron de fábula y se ganaron el derecho a administrar los récords, los puntos y la épica, y sobre todo a celebrarlo por todo lo alto, porque es su tercera liga consecutiva, un registro que remite al dream team de Cruyff. La rutina tiene su belleza en el día a día más que en el principio o en el final. Ayer era un día para esperar más que para jugar.
El Barça conquista su tercer campeonato liguero consecutivo al empatar en Valencia con el Levante tras un partido sin celebridades, en un día más para esperar que para jugar
RAMON BESA - Valencia - 11/05/2011
Hay veces en que el tiempo pasa volando, sobre todo cuando se juega contra reloj, imposible meter un gol: así se le escapó al Barça la Copa después del cabezazo de Cristiano en Mestalla. También se dan ocasiones en que la vida se suspende por arte de magia, como cuando Iniesta aguardaba a que bajara la pelota en Stamford Bridge o en Johanesburgo mientras el aliento de la hinchada cargaba su pierna. Y se cuentan momentos en que las horas se hacen eternas porque la victoria se da por descontada y cuesta que pasen los partidos: más o menos lo que le ha pasado al Barcelona desde que visitó el Bernabéu y se le adjudicó la Liga.
Aquello sucedió el 16 de abril y los azulgrana no cantaron el alirón hasta ayer, 11 de mayo, en Valencia. Han pasado muchos días como para aguardar un gol fantástico o una celebridad de jugada. La afición esperaba que se consumara el triunfo de una vez y no reparaba en nada extraordinario. Quería simplemente ganar la Liga. Y así sucedió, tal y como estaba previsto, en casa del Levante. El título cayó por inercia, sin boato ni épica, tras un partido que duró lo que no está escrito, por pesado y sospechoso: en el último cuarto hubo un pacto de no agresión. El empate convenía a los dos: se salvó el Levante y salió campeón el Barça.
El Barcelona hipnotizó de salida al Levante. No arriesgó con la alineación, se pasó la pelota durante un cuarto de hora largo de punta a punta de la divisoria,, como quien no quiere la cosa, y hasta pareció que no iba a disputar el partido. Al Levante le pareció estupendo, de manera que se recogió en su propia cancha con un equipo muy físico, para nada interesado en la elaboración del juego ni en la pelota. Ausentes Pedro e Iniesta, la posesión azulgrana resultaba estéril porque su desequilibrio quedaba reducido a las aceleraciones de Messi y Caicedo intervenía muy poco, solo contra el mundo, muy lejos de Valdés.
Así pasaban el rato unos y otros, sin intensidad ni agresividad, ni puñetería. Ni una ocasión, ni una buena jugada, ni un pase filtrado ni un susto. A los dos les gustaba el empate y cualquiera hubiera jurado que habían hablado del marcador antes de salir a la cancha. Falsa impresión. Justo cuando el partido se dormía, metidos los futbolistas en la sauna, convertido el estadio en un balneario, Xavi templó el cuero y el centro meloso del volante lo cabeceó Keita para sorpresa de Munúa. Un gol, a cámara lenta, tan bonito como inesperado, propio de un jugador laborioso y de tranco largo y buena testa como Keita.
Vencido el Levante, el gol anestesió curiosamente al Barcelona. Los azulgrana regalaron el empate y hasta concedieron una clamorosa segunda ocasión después de un lio de piernas y cabezas, como si los zagueros acabaran de levantarse de la siesta. Piqué no se entendió con Valdés en una cesión, mal acompañada por el central y no corregida por el portero, y Caicedo embocó a la red. Tampoco atinó Xavi poco después en un control, sorprendido por el rival, y al Levante se le escapó por poco el que hubiera sido el segundo gol. Espectadores de excepción, los granota no acabaron de agradecer la generosidad del Barça.
La segunda parte comenzó más alborotada que la primera, quizá porque el Barça le puso dinamismo y agresividad al encuentro y al Levante le costó más negar los espacios y combatir la profundidad azulgrana. Messi agarró el cuero y empezó a regatear sin parar en busca del gol de la Liga. A veces le rebanaban el balón, en otras se lo dejaba y hubo una ocasión en que después de sortear a los zagueros y al portero acabó por rematar al palo. Marró la definición después de una excelsa conducción. La jugada de la Pulga valió por un partido que el Levante tuvo abierto por la presencia del fenómeno Caicedo.
El partido quedó reducido prácticamente a un mano a mano entre Messi y Caicedo, hasta que Luis García sustituyó al ecuatoriano y el argentino entendió que se había acabado la batalla. Y, justamente entonces, se apagó la luz y los dos equipos mataron el tiempo hasta que el árbitro pitó el final. No pasaba la pelota de medio campo, casi siempre a pies del Barça, mientras el Levante se lo miraba sin entrar, sin disputar, sin competir. ¿Feo? Igual que en 2005, cuando el Barcelona de Rijkaard también ganó la Liga y después descendió de forma sorprendente el Levante. No parece que vaya a ser el caso de la actual temporada.
Merece seguir el Levante en la elite como mejor tercer equipo del campeonato en la segunda vuelta y nadie puede discutir el título ganado por el Barcelona: si a los azulgrana les ha costado acabar el torneo es porque lo empezaron de fábula y se ganaron el derecho a administrar los récords, los puntos y la épica, y sobre todo a celebrarlo por todo lo alto, porque es su tercera liga consecutiva, un registro que remite al dream team de Cruyff. La rutina tiene su belleza en el día a día más que en el principio o en el final. Ayer era un día para esperar más que para jugar.
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