Messi calló a RonaldoEl argentino dio dos pases de gol y el portugués fracasó otra vez ante el Barça
Messi calló a Ronaldo
El argentino dio dos pases de gol y el portugués fracasó otra vez ante el Barça
El argentino dio dos pases de gol y el portugués fracasó otra vez ante el Barça
A Pepe, desesperado como estaba, se le vio perseguir a Messi hasta el borde del área de Valdés. Sucedía eso aún en la primera mitad cuando el Madrid se preguntaba dónde demonios estaba metido anoche. Pensó que era en el Camp Nou. Ingenuo Madrid. Era una cámara de tortura donde no había salida alguna. Ahí estaba Messi, transformado en un fantasma al que Pepe no veía. Corría detrás de él, pensado que era un humano vestido con el 10 del Barça, pero, en realidad, era un mago que se movió por el césped repartiendo goles (dio dos a Villa, ambos en la segunda mitad), mientras silenciaba con su generosidad al arrogante Cristiano Ronaldo.
Cuando la pelota se puso en movimiento, Messi fue Messi -a Mourinho si le quedan ganas de decir algo tras la bofetada de ayer podrá argumentar que no le ha marcado aún ningún gol- y Ronaldo fue el Ronaldo de las grandes noches. O sea, alma en pena. Mientras el argentino resultó determinante por la posición en que lo ubicó Guardiola, no era delantero centro, tampoco interior, ni siquiera pivote defensivo, aunque ejerció con tal destreza todas esas funciones que dentro de unos años se enseñará el DVD de anoche. Así juega una estrella al servicio del equipo. No marcó, es verdad. Y eso que lo intentó, pero jugó con tal solidaridad, astucia e inteligencia que todavía hoy el Madrid anda buscándole.
No lo encontró ayer. Ni lo encontrará nunca. No era un solo Messi, eran diminutos Messi que se reproducían por toda la pradera del Camp Nou espantando a rivales con un golpe de cintura, driblando casi con la mirada, huyendo con un simple movimiento de pies, tal bailarín de danza moderno. Iba, cogía la pelota, se la pasaba a Iniesta, luego a Xavi, después a Busquets, taconazos, regates secos, poco más tarde conectaba hasta con Piqué y vuelta a empezar. ¿Y Ronaldo? A lo suyo, creando tanganas, empujando a Guardiola en el área técnica, llevando el partido al terreno emocional, consciente de que en el futbolístico no tenía nada que hacer. Nada de nada. A pesar de que Mourinho lo envió a la banda derecha para liberarle del trabajo defensivo sobre Alves, el portugués se enredó en su ego y terminó de mala manera, con todo el Camp Nou mofándose de él. Después de la tangana, Ronaldo, y esas bicicletas inútiles, desaparecieron de Barcelona. ¿Vino acaso? Sí, pero encadenó su sexto partido consecutivo sin marcarle un gol al Barça, demostrando que es una estrella de noches menores.
Cuando las luces se encienden y el mundo se detiene, Ronaldo se apaga. Messi, en cambio, no. Quedó interrumpida su racha (llevaba 10 partidos consecutivos marcando goles), pero aumentó su leyenda con un partido que evoca a un jugador de otra época. ¿Qué fue Leo? ¿Un nueve retrasado, un interior, diestro y zurdo, con una imponente llegada o un futbolista total? Todo en una noche realmente inolvidable para el barcelonismo.
Enemistado con el mundo
Mientras Leo cabalgaba, o sería mejor decir caminaba ufano y lozano por el césped, Ronaldo se encogía. Peleado con Guardiola, enfrentado con Puyol, que hizo de cada balón un asunto de vida o muerte (ganó siempre el capitán), y enemistado con sus compañeros (él no tenía la culpa de su nefasto partido, los demás sí), la estrella portuguesa se consumió en la hoguera. Ardió tanto que no quedó ni rastro alguno. A Messi, sin embargo, el fuego le ardía cada vez que tocaba la pelota. Llevaba fuego en su alma, impulsado por un espíritu solidario que arruinó al Madrid dejándolo en puras cenizas.
Cada balón de Messi era un retrato de la filosofía del Barça. Leo jugó para el equipo. Y el equipo goléo. Ronaldo jugó para sí mismo y el Madrid terminó goleado. Messi se alejó del área para despistar a once futbolistas vestidos de blancos, incluso a Casillas, e hipnotizó, junto a sus pequeños socios, a un equipo de chiste. Messi tocaba y se divertía. Messi jugaba ayer como si estuviera en el jardín de su casa o en aquellos campos de tierra de su Rosario natal. Tan simple como eso. En el partido que detuvo el planeta, Leo silenció a Ronaldo. ¿Cómo? Con la pelota
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