Dynamo kiev 1 - FC Barcelona 2
Xavi y Messi remedian la tiritona
El Barcelona solventó con susto inicial la 'final' de Kiev y defenderá su corona continental en los cruces de octavos. Además amarró el primer puesto de su grupo y evitará a los 'cocos' ingleses en el bombo. Tarde por lo tanto redonda en el frío de Kiev pese al tanto inicial de Milevskiy en un error clamoroso de Valdés. Después empató Xavi en su partido 100 en Champions y el Barcelona ya no tembló más en un partido que fue siempre suyo hasta el golazo de Messi.
Casi en cada pueblo de España, al menos en aquellos que conocen el frío desde la meseta castellana hasta los riscos que miran al Cantábrico en el norte, el boca a boca mantiene vivos remedios de abuela y cabaña contra el frío, los malos resfriados y las tiritonas: infusiones, ungüentos, vapores o cataplasmas... mano de santo. El jarabe del Barcelona en Kiev, preventivo cuando la congestión amenazó con evolucionar hacia convalecencia severa, lo administró Xavi en cómodas dosis de la fórmula patentada y perfeccionada en La Masía: control total de los nervios y del partido a través del control total del balón, demolición primero psicológica y después física del rival, aplomo y paciencia para encontrar el abrelatas que en Kiev, rozando el bajo cero y con plomiza atmósfera invernal, era una mantita y un caldo caliente junto al fuego.
Con cierta perspectiva se puede asegurar que la noche en Ucrania fue fría pero plácida para el Barcelona. Así fue durante una tonelada de minutos que convirtió el partido en un trance largo y espeso, aséptico por naturaleza o por congelación pese a que comenzó con susto: en la primera jugada el Dinamo forzó una falta lateral y el saque de Milesvkiy, manso desde que salió de su bota, se le escurrió a Valdés en una especie de revisión en la edad de hielo del gol encajado por Arconada en la final de la Eurocopa del 84.
El escenario era en ese momento puro nervio para el actual campeón: a dos goles, otro del Dinamo y uno de cualquier signo en Milán, de verse fuera del bombo de octavos. Y ahí fue cuando la noche dejó de oler a chamusquina y se convirtió, decía, en plácida. El Dinamo no tuvo arrestos para sembrar dudas en un Barcelona que sólo pareció aterido un par de minutos, un par de jugadas. Justo en lo físico y con un planteamiento demasiado cobarde, el equipo de Gazzaev, que apura su temporada, fue manso y defensivo, fiado como tantos y tantos rivales del Barcelona al muro en torno a su área en lugar de al juego, a las oraciones y no a las contras que podrían haber hecho tambalearse, quizá, al coloso. La otra cara de la moneda, el Barcelona, fue un equipo sobrio pero cargado de autoestima. Ni el fallo de Valdés ni el precipicio de la eliminación le llenó de ansiedad. No le peso ni el marcador ni la corona, ni el césped alto ni los grados que se escapaban del termómetro. Al contrario, se hizo rápidamente con el partido. Sin brillo, sin la quinta marcha y sin excesos de genialidad, pero con superioridad y sobriedad, amasando y amasando para calmarse primero, templarse después y finalmente matar las opciones de debacle con un gol que ponía el tercer puesto a tres goles en contra de distancia. Un mundo perfilado por la aparición decisiva de Xavi Hernández.
Xavi, en su partido 100 en Liga de Campeones, marcó en el minuto 33 cuando el Dinamo ya acumulaba nueve jugadores en torno a su portería y había olvidado el camino no ya hacia Valdés sino hacia los centrales de un Barça que marchaba a ritmo de 77% de posesión y que ya había perdonado en un mano a mano de Messi que Shovkovskiy propició con un mal saque y salvó con una parada de reflejos. Después del aviso, el aldabonazo de Xavi en una de sus incursiones por el centro, al límite del fuera de juego y asistido desde la izquierda por Abidal, mató las cábalas, el frío y los temores, si es que quedaba alguno ante el despliegue de un Barcelona que hasta el descanso jugó al balonmano: circuló y circuló por la zona de tres cuartos, de derecha a izquierda y vuela a empezar, ante un rival que basculaba sin presión, mirando sin tocar.
Messi amplía su arsenal
La segunda parte fue plomiza y kilométrica, un bucle de toque contenido de un Barcelona precavido y controlador, apenas roto por un par de aproximaciones fantasmales del Dinamo de Kiev. Llegó a parecer que todos habían firmado en silencio cómplice unas tablas que conspiraban con el resultado de Milán y daban el liderato al Barcelona y el puesto de Europa League al equipo local.
El pecado entonces del Barcelona, el único, fue funcionar a ritmo demasiado plomizo y gobernar sin el puño de hierro que le hubiera dado antes el gol que garantizaba el primer puesto del grupo y espantaba la sombra de los gigantes británicos para los octavos. Así fue hasta que Messi se rebeló contra la rutina y rajó la capa de sopor y escarcha que cubría el estadio Lobanovskiy con un golazo que amplió su repertorio, que apunta a infinito: lanzamiento de falta directa que besó, envenanado, el larguero. Golazo y trabajo resuelto con broche que aún pudo ser más vistoso si el propio Messi, que se retiró cojeando, hubiera acertado tras culebreo marca de la casa o si Ibrahimovic no se hubiera encontrado con Shovkovskiy en un cañonazo a balón parado que fue casi su única contribución a las estadísticas del partido.
El campeón ganó y salvó con jerarquía una situación que se había complicado mucho tras el desafortunado doble duelo ante el Rubin. A partir de ahí, seis puntos de seis y liderato sellado con un triunfo que le sirvió para estrenar su cuenta de goles a domicilio en esta Champions. Con menos brillo del previsible pero en un grupo que escondía tiburones en cada charco y navajazos tras cada esquina, el Barça está donde debía y defenderá su corona ante los mejores ahora que, por fin, avistamos los duelos a cara de perro, la verdadera y vieja Copa d Europa, la que premia la épica y no perdona ni un fallo, ni un gesto pusilánime. Será, con el Barcelona presente y muy presente, a partir de febrero.
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