Penya Barcelonista de Lisboa

dilluns, de desembre 01, 2008

Por la esquadra: Todas las emociones del fútbol


Todas las emociones del fútbol
El Sevilla-Barça del sábado se convirtió en una deliciosa montaña rusa emocional
Por Sergi Pàmies
No existen muchos espectáculos que proporcionen tantas emociones como el fútbol. El Sevilla-Barça del sábado, por ejemplo, se convirtió en una montaña rusa emocional (asombro, pánico, deleite, impaciencia, orgullo), sobre todo para los culés, que pudieron vivir una satisfacción que debería evitar los peligros de la euforia. Antes del partido, la expectación entremezclaba sensaciones contradictorias: temor y esperanza. Es la combinación idónea, porque mantiene el respeto por el rival y, al mismo tiempo, obliga a creer en quien está trabajando para ganarse tu confianza.

Luego, cuando la pelota empieza a correr, te ves arrastrado por una tensión esclava del ritmo narrativo - más imprevisible de lo que parece-de lo que vas viendo. Sufres con las dificultades. Jaleas los intentos. Maldices los errores. Negocias con tus dudas. Reprimes tus instintos inconfesables. Ves que el Sevilla es peligroso, te das cuenta de que el Barça está impreciso, y por eso explotas cuando Eto´o marca su enésimo gol decisivo. Blasfemas cuando crees que Messi está siendo desactivado por el juego físico del rival y desquiciado por su vulnerabilidad psicológica y te rindes cuando impone su creatividad y demuestra que el único desactivado y desquiciado eres tú, pedazo de incrédulo. Por más que, una vez conseguido el resultado, caigamos en el sensacionalismo expresivo, lo interesante del Sevilla-Barcelona fue que en ningún momento se abusó de una superioridad condescendiente. Como ha ocurrido en otros partidos de la temporada - incluso en algunos que acabaron en goleada-,el Barça no dio la sensación de ir sobrado sino que tuvo que ganarse cada elogio. Y esa es una virtud que no debería perder. La desconfianza inicial que generó el fichaje de Guardiola ha hecho que, a diferencia de lo ocurrido en otras épocas, no se pudiera abusar de las campanas al vuelo y las patrañas propagandísticas. La estrategia de seducción, pues, ha tenido que pasar forzosamente por los resultados pero, sobre todo, por la actitud y los gestos externos, interpretados como una forma de corrección de negligencias colectivas e individuales anteriores.

De manera que, desde una concepción afilada de la exigencia, muchos culés han ido concediendo su confianza con cuentagotas, después de someterla a numerosos filtros (y de rezar para que ningún directivo lo estropeara todo con un ataque bocazas). Y ahora, como es lógico, a esos culés les apetecería sumarse a la exageración pero, por sentido de la vergüenza, se contienen y, en un acto de autocrítica, admiten que se equivocaron entonces. Discrepo: no se equivocaron porque el resquemor y la indignación estaban plenamente justificados, como lo está el hecho de ser doblemente prudentes. Por eso sería bueno mantener esa relación de prudencia mutua que, desde el principio, ha asumido Guardiola. Él se compromete a perseverar y seducirnos y nosotros a valorar los avances del seductor y a ir cediendo en nuestra inicial resistencia.

A ambos nos conviene. Al equipo porque, para confirmar su trayectoria, necesita la certificación de los títulos. Y a los aficionados porque nos proporciona la oportunidad de disfrutar desde una exigencia emocional inédita. Una exigencia que, sin negar las carencias, permite valorar los matices del talento y la satisfacción sin cegarte con la mitificación lambiscona o la supuración grandilocuente, reconociendo la riqueza de emociones positivas (organización solidaria cohesionada alrededor de la posesión del balón, compromiso como nexo de concentración, protocolo de prioridades, respeto al escudo y capacidad para fomentar la dependencia del talento en un contexto de juego colectivo) y educando nuestro paladar con sabores que, si fuéramos generosos, no dudaríamos en calificar de deliciosos.