Grazie mille, Andresino
Grazie mille, Andresino
Perdonen. Las lágrimas bañan este escrito, las lágrimas de la alegría de los aficionados azulgrana, las de la tristeza, oceánica, infinita, inconmensurable, de los blues. Las letras se emborrona, la vista se despista. Los ojos inundados, la garganta seca, la imposibilidad más quimérica y más utópica ante los ojos. "Felicitats", fue la única palabra acompañada de un beso de Txema Corbella, el utillero, a Pep Guardiola. Estuvo en Londres, en París e ira a Roma. Era el final, era la gloria, era la celebración más grande del Barça en años, proporcionalmente más extensa que la del sábado, en perspectiva igual de emocionante que la victoria en París. Ciao Roma. Arriverderci Chelsea. Los malos (unos malos buenísimos, por cierto) tuvieron su merecido. Igual, igual, igual que los especuladores en los últimos meses. Con diez, sin Henry, sin Puyol, sin esperanza pero aún con fuerzas el fútbol subió al cielo de Londres y bajó todo entero para posarse en la bota de ese chaval que dicen que no tiene gol. Pues no tendrá.
El nombre de Andrés Iniesta Luján queda grabado en las neuronas de millones de azulgrana para siempre, hasta la muerte. El linaje de Víctor Valdés, el salvador de París, ya tiene otra medalla. Igual no gana en Roma, pero se merece un respeto eterno por su actuación de ayer. Iniesta y Valdés, los grandes amigos llevaron anoche al Barça a lo más cercano a la locura colectiva. Pasta, pizza, macarroni, gelati, la Madonna, la Fontana de Trevi, aquí unos gladiadores, aquí unos luchadores, desangrados pero felices, casi exangües pero vivos. "Visca el Barça i visca Catalunya", bramó la grada minutos y minutos después de que acabara el partido. La piña azulgrana también se hizo interminable, el odio de los jugadores del Chelsea todavía dura. Drogba enloqueció. La tomaron con el árbitro, pero en la ida dijeron estar muy contentos. La venganza es un plato que se sirve frío, pero duele más si es así, en caliente, en medio del caos táctico, de la épica (que no sólo era madridista), del desespero. Había una pepita de oro en todo el río que cruzaba el puente de Stamford e Iniesta el trabajador, el constante, el tímido, el antimediático, la encontró y la envió donde Cech no hubiera llegado ni en mil disparos. "Iniesta, Iniesta", coreó la grada cuando Guardiola, que lo vio todo perdido, empezó a hacer cambios. Gudjohnsen, Bojan… Final. Final del partido, finalísima en Roma. Fiasco para el Chelsea. "Fuck, fuck", reventó Cech ya sin casco, ni tridente, ni espada. Desnudo. Costó mucho pero el precio ya es lo de menos. Por paradójico que pareciese la clasificación pasaba por Valdés. No por Keita, que chutaba desesperado, ni por Eto´o que - como en el Bernabeu-corría y corría pero el coyote siempre lo atrapaba. Ni por Messi (que tenía la mirilla mal ajustada), ni por Iniesta que percutía y nunca llegaba adonde quería. El partido, señoras y señores, pasaba porque Víctor Valdés siguiera parando lo imposible con una sangre no fría sino granizada, y esperar que Cech (que se murió de aburrimiento todo el partido) tuviera un fallo inesperado. Fue más o menos así, pero con el Barça bloqueado. Víctor cabecita (como le llama Iniesta) cumplió. Andrés cabezón (como lo nombra Valdés) también. Al final estaba todo perdido. Y al descanso más. Pero sonó "Viva la vida", la canción fetiche del equipo, interpretada por Coldplay. "Ahí estamos. hasta que pite el árbitro siempre hay que creer", dijo Iniesta nada más acabar. La vita è Bella. Grazie Andresino.
Perdonen. Las lágrimas bañan este escrito, las lágrimas de la alegría de los aficionados azulgrana, las de la tristeza, oceánica, infinita, inconmensurable, de los blues. Las letras se emborrona, la vista se despista. Los ojos inundados, la garganta seca, la imposibilidad más quimérica y más utópica ante los ojos. "Felicitats", fue la única palabra acompañada de un beso de Txema Corbella, el utillero, a Pep Guardiola. Estuvo en Londres, en París e ira a Roma. Era el final, era la gloria, era la celebración más grande del Barça en años, proporcionalmente más extensa que la del sábado, en perspectiva igual de emocionante que la victoria en París. Ciao Roma. Arriverderci Chelsea. Los malos (unos malos buenísimos, por cierto) tuvieron su merecido. Igual, igual, igual que los especuladores en los últimos meses. Con diez, sin Henry, sin Puyol, sin esperanza pero aún con fuerzas el fútbol subió al cielo de Londres y bajó todo entero para posarse en la bota de ese chaval que dicen que no tiene gol. Pues no tendrá.
El nombre de Andrés Iniesta Luján queda grabado en las neuronas de millones de azulgrana para siempre, hasta la muerte. El linaje de Víctor Valdés, el salvador de París, ya tiene otra medalla. Igual no gana en Roma, pero se merece un respeto eterno por su actuación de ayer. Iniesta y Valdés, los grandes amigos llevaron anoche al Barça a lo más cercano a la locura colectiva. Pasta, pizza, macarroni, gelati, la Madonna, la Fontana de Trevi, aquí unos gladiadores, aquí unos luchadores, desangrados pero felices, casi exangües pero vivos. "Visca el Barça i visca Catalunya", bramó la grada minutos y minutos después de que acabara el partido. La piña azulgrana también se hizo interminable, el odio de los jugadores del Chelsea todavía dura. Drogba enloqueció. La tomaron con el árbitro, pero en la ida dijeron estar muy contentos. La venganza es un plato que se sirve frío, pero duele más si es así, en caliente, en medio del caos táctico, de la épica (que no sólo era madridista), del desespero. Había una pepita de oro en todo el río que cruzaba el puente de Stamford e Iniesta el trabajador, el constante, el tímido, el antimediático, la encontró y la envió donde Cech no hubiera llegado ni en mil disparos. "Iniesta, Iniesta", coreó la grada cuando Guardiola, que lo vio todo perdido, empezó a hacer cambios. Gudjohnsen, Bojan… Final. Final del partido, finalísima en Roma. Fiasco para el Chelsea. "Fuck, fuck", reventó Cech ya sin casco, ni tridente, ni espada. Desnudo. Costó mucho pero el precio ya es lo de menos. Por paradójico que pareciese la clasificación pasaba por Valdés. No por Keita, que chutaba desesperado, ni por Eto´o que - como en el Bernabeu-corría y corría pero el coyote siempre lo atrapaba. Ni por Messi (que tenía la mirilla mal ajustada), ni por Iniesta que percutía y nunca llegaba adonde quería. El partido, señoras y señores, pasaba porque Víctor Valdés siguiera parando lo imposible con una sangre no fría sino granizada, y esperar que Cech (que se murió de aburrimiento todo el partido) tuviera un fallo inesperado. Fue más o menos así, pero con el Barça bloqueado. Víctor cabecita (como le llama Iniesta) cumplió. Andrés cabezón (como lo nombra Valdés) también. Al final estaba todo perdido. Y al descanso más. Pero sonó "Viva la vida", la canción fetiche del equipo, interpretada por Coldplay. "Ahí estamos. hasta que pite el árbitro siempre hay que creer", dijo Iniesta nada más acabar. La vita è Bella. Grazie Andresino.
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