Iniesta, que estás en los cielos
Iniesta, que estás en los cielos
Sí, entre los blues hay bastantes amigos, conocidos y saludados. Pero eso no significa que el Chelsea caiga simpático. Al contrario. Eminencias como Del Horno o Mourinho se encargaron de sembrar cizaña duradera. El paso del tiempo debería diluir la intemperancia, pero el culé no puede borrar de su memorial de agravios aquel partido loco de Stamford Bridge. Tras un comienzo desastroso, el Barça de Rijkaard y Ronaldinho consiguió un 3-2 que clasificaba a los azulgrana hasta que un testarazo de Terry estableció el 4-2 definitivo. Desde entonces se le tiene manía, se recuerda al espléndido y maldito central celebrando un gol espurio que el famoso árbitro de la calva encerada no se atrevió a anular. El villano, en realidad, no fue Terry, sino Carvalho, que hizo el trabajo sucio de sujetar a Valdés para que no pudiera despejar el córner que cabeceó el central. Pero al que no quiere caldo, dos tazas. El culé no había olvidado la hazaña-churro de Lampard que se produjo en la fase de grupos y no en una eliminatoria. Fue un gol desde lejos y sin ángulo, lo que quería ser un centro bombeado superó limpiamente a Valdés. Dejó el Camp Nou atónito y con la convicción de que si Lampard chutara cien veces desde el mismo sitio, no acertaría a encontrar aquel hueco imposible. Y ahora el estadio entero se juega el carnet de socio a que Essien tampoco volvería a acertar la escuadra si repitiera cien veces el zambombazo que abrió ayer el marcador. Otro churro que ahondó la sensación de ruleta trucada. En El duelo Josep Conrad escribió la historia de dos oficiales del ejército napoleónico que se baten en duelo por una cuestión de honor. Todo empieza por una afrenta nimia que no acaba nunca de encontrar una satisfacción y los dos protagonistas se baten unas cuantas veces durante años a pesar de que el incidente que los enfrentó está medio olvidado. En el fondo se baten porque sí, por inercia, por un sentido de la venganza aplazado hasta el absurdo. Así ocurre entre el Barcelona y el Chelsea. Cada encuentro es un capítulo de una sucesión de duelos. Hay otra cuestión de fondo. Parece que el fútbol está en deuda con este Barça exquisito y que debe recompensarle con el premio gordo. Pero el fútbol como institución no existe, lo que hay son equipos concretos, algunos de los cuales consiguen los máximos galardones a base de cerrojos y pelotazos. Nada que objetar, la vida es así, la belleza, la plasticidad y el juego alegre no siempre alcanzan la gloria que se merecen. Eso le ocurrió al Barça total de Michels liderado por un jugador excepcional llamado Johan Cruyff. Pues bien, unos ingleses discretillos, los del Leeds, consiguieron un sufrido empate a uno en el Camp Nou que cerró el camino de la Copa de Europa a un equipo histórico. El Chelsea parecía llamado a ser el aguafiestas del maravilloso fútbol de este Barça. Pero esta vez hemos estallado en gritos: ¡Dios existe! ¡Dios entiende de fútbol! ¡Dios es justo! Porque sólo un acto de justicia divina explica que Iniesta nos hiciera llorar de alegría cuando estábamos a punto de morir con dignidad. ¡A la porra los duelos con esos azules tan pesados! ¡A Roma
Sí, entre los blues hay bastantes amigos, conocidos y saludados. Pero eso no significa que el Chelsea caiga simpático. Al contrario. Eminencias como Del Horno o Mourinho se encargaron de sembrar cizaña duradera. El paso del tiempo debería diluir la intemperancia, pero el culé no puede borrar de su memorial de agravios aquel partido loco de Stamford Bridge. Tras un comienzo desastroso, el Barça de Rijkaard y Ronaldinho consiguió un 3-2 que clasificaba a los azulgrana hasta que un testarazo de Terry estableció el 4-2 definitivo. Desde entonces se le tiene manía, se recuerda al espléndido y maldito central celebrando un gol espurio que el famoso árbitro de la calva encerada no se atrevió a anular. El villano, en realidad, no fue Terry, sino Carvalho, que hizo el trabajo sucio de sujetar a Valdés para que no pudiera despejar el córner que cabeceó el central. Pero al que no quiere caldo, dos tazas. El culé no había olvidado la hazaña-churro de Lampard que se produjo en la fase de grupos y no en una eliminatoria. Fue un gol desde lejos y sin ángulo, lo que quería ser un centro bombeado superó limpiamente a Valdés. Dejó el Camp Nou atónito y con la convicción de que si Lampard chutara cien veces desde el mismo sitio, no acertaría a encontrar aquel hueco imposible. Y ahora el estadio entero se juega el carnet de socio a que Essien tampoco volvería a acertar la escuadra si repitiera cien veces el zambombazo que abrió ayer el marcador. Otro churro que ahondó la sensación de ruleta trucada. En El duelo Josep Conrad escribió la historia de dos oficiales del ejército napoleónico que se baten en duelo por una cuestión de honor. Todo empieza por una afrenta nimia que no acaba nunca de encontrar una satisfacción y los dos protagonistas se baten unas cuantas veces durante años a pesar de que el incidente que los enfrentó está medio olvidado. En el fondo se baten porque sí, por inercia, por un sentido de la venganza aplazado hasta el absurdo. Así ocurre entre el Barcelona y el Chelsea. Cada encuentro es un capítulo de una sucesión de duelos. Hay otra cuestión de fondo. Parece que el fútbol está en deuda con este Barça exquisito y que debe recompensarle con el premio gordo. Pero el fútbol como institución no existe, lo que hay son equipos concretos, algunos de los cuales consiguen los máximos galardones a base de cerrojos y pelotazos. Nada que objetar, la vida es así, la belleza, la plasticidad y el juego alegre no siempre alcanzan la gloria que se merecen. Eso le ocurrió al Barça total de Michels liderado por un jugador excepcional llamado Johan Cruyff. Pues bien, unos ingleses discretillos, los del Leeds, consiguieron un sufrido empate a uno en el Camp Nou que cerró el camino de la Copa de Europa a un equipo histórico. El Chelsea parecía llamado a ser el aguafiestas del maravilloso fútbol de este Barça. Pero esta vez hemos estallado en gritos: ¡Dios existe! ¡Dios entiende de fútbol! ¡Dios es justo! Porque sólo un acto de justicia divina explica que Iniesta nos hiciera llorar de alegría cuando estábamos a punto de morir con dignidad. ¡A la porra los duelos con esos azules tan pesados! ¡A Roma
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