Penya Barcelonista de Lisboa

dijous, d’abril 09, 2009

El divino Messi


• La estrella argentina marcó dos goles, uno genial y otro de 'nueve', y dio los otros dos para asombrar de nuevo a Europa

Messi marcó el primer gol con esa sutileza que desprende su aterciopelada y divina pierna izquierda. Messi le dio luego el segundo a Etoo con una deliciosa asistencia. Messi provocó más tarde un penalti que el árbitro inglés Howard Webb no quiso pitar. Sí, en cambio, le enseñó la tarjeta amarilla a Leo desatando la ira nunca vista antes de Pep Guardiola. Messi marcó el primero, dio el segundo, consiguió luego el tercer gol tirándose dentro del área como si fuera un nueve de toda la vida tras una gran carrera de Henry. Y como agradecido que es el genio, le dio una asistencia de gol (la segunda) en el cuarto a Titi. No, no habían pasado varios meses. Ni siquiera semanas. Tampoco en un par de días. Todo ocurrió en apenas 43 minutos.

¿Quién dijo que esta Champions no sería de Messi?

Pues ya lo es. No estuvo en París y no sintió suya, o al menos como él pretendía, aquella segunda Copa de Europa del club. Fue más de Etoo, el mejor jugador en la final, y de Belletti, el héroe de Saint Dennis, y de Valdés, claro. Pero Messi, con los músculos rotos, apenas participó de aquella inolvidable rúa por la ciudad reflejada en la sonrisa de Ronaldinho y la discreta elegancia de Rijkaard. A Leo, subido en el autobús, se le veía contento, pero no feliz del todo. Él solo lo es cuando el balón está en sus pies. Como anoche, cuando Messi firmó un partido memorable. No por los dos goles y las dos asistencias. No era eso. Había algo más valioso.

Un 'pichichi' brillanteEs cuando lo hizo Leo, con toda Europa mirándole, ante quien lo hizo --un Bayern, con cuatro Copas de Europa en su escudo, que no escondió su fútbol primitivo-- y de la manera, tan artística, como lo hizo, hipnotizando al rival, seduciendo al público. Al más puro estilo messiano, ese que ha eclipsado a Cristiano Ronaldo con media temporada sublime en la que nadie discute quién es el mejor del mundo. Al portugués le ha durado la corona un santiamén. Aún la tiene en su casa, pero sabe que resulta circunstancial.Por no ser, no es ni el máximo goleador de la Champions, honor que recae en las piernas de Leo: ocho partidos, ocho tantos. Y sin jugar la previa europea con el Wisla porque Guardiola le dio el verano libre para que se colgara el oro olímpico en Pekín.

Desde entonces, Messi vive en otra galaxia. Instalado ya definitivamente en la divinidad. Todos saben cómo juega, pero nadie puede detenerle. Todos, entrenadores, defensas, público, árbitros, todos, absolutamente todos, saben que trazará una endiablada diagonal desde la derecha hacia el centro, con la pelota cosida en su bota izquierda y la mirada en el horizonte, como si saludara a un amigo suyo en la grada.Aún así, se va. Siempre. Juegue contra quien juegue. Juegue donde juegue. Ahí radica la singularidad de un futbolista que tiene en el Barça de Guardiola el ecosistema perfecto. Cuando se va con Maradona no es el Leo del Camp Nou. Cuando vuelve a casa, resurge la figura de un jugador único. Si necesitaba un partido grande, a la altura de su nombre, ya lo tiene. Pobre Bayern, mala noche eligió. Divino Messi.