Leo Messi, un gigante que soñaba ser grande
Leo Messi, un gigante que soñaba ser grande
Promedia la primera parte y Leo coge el balón pasado el mediocampo. Aceleración repentina, mirada baja, flequillo pegado a la frente, carrera a fondo con la pelota adosada a su pie derecho. Leo hace un gesto y el último defensor arquea su cintura, luego puntea la pelota ante el portero y el gol le es esquivo por unos centímetros.
Messi sonríe y retorna para reprender el juego ante la ovación de la afición perpleja. Es feliz. Hace ya ocho años que llegó a Barcelona con el deseo de dejar de ser enano y se convirtió en un futbolista gigante. La naturaleza lo castigó con un físico escaso, con una enfermedad que vuelve en forma de lesiones, pero él le responde desafiando las leyes de la física. En un amago consigue lo que nosotros no logramos imaginar con nuestro cerebro.
Ya pasaron muchos años desde que en el césped despeinado del polideportivo Islas Malvinas de Rosario un chaval con el pelo que le tapaba la frente cogía el balón en algún lugar del campo. Corría, y la desproporcionada camiseta rojinegra del Newell’s Old Boys (la misma que alguna vez utilizó Maradona) se inflaba como un paracaídas. Era el más bajo de todos, y solamente se veía una mitad del número porque la otra se encontraba dentro de su pantalón.
La pelota tenía para él unas dimensiones bestiales, pero de todas maneras se las ingeniaba para que se sumara a su complicidad y burlaba a los defensas y se enfrentaba a porteros. Algunas veces picaba el balón por encima de ellos, y a veces entraba y otras no. Pero él no perdía el entusiasmo y retornaba al juego mientras los padres que se agolpaban en cuatro filas de gradas, semana tras semana, no salían del asombro.
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