Penya Barcelonista de Lisboa

divendres, de maig 02, 2008

Un velatorio eterno


Un velatorio eterno
La vuelta de Manchester se alargó seis horas y mostró a un equipo dividido en islotes


El velatorio se hizo interminable, farragoso. El Barça, metido en un agujero negro tras derrumbarse del todo, tardó hasta seis horas en llegar a Barcelona después de doblar la rodilla en Old Trafford. Como las desgracias nunca vienen solas, otra cruz cayó sobre las espaldas de un equipo incapaz de cargar con la suya: "Por un error técnico la salida se demora una media hora", anunciaron los empleados de la agencia de viajes del RACC. Los 30 minutos se convirtieron en dos horas eternas en las que la fotografía de un equipo tocado se trocó en un conjunto de pequeños islotes diseminados, desparramados entre bolsas y maletas. De pie, cerca de la puerta de embarque, Puyol apenas se tenía recto. Su rostro lo decía todo. Era el hombre más triste de los presentes. Al borde del llanto, con la mirada perdida, su cara era la cara de desazón de todo el barcelonismo. Unos metros a la izquierda el secretario técnico, Txiki Begiristain, tomó asiento y estuvo departiendo largamente con Frank Rijkaard. Muy posiblemente fue su último viaje europeo juntos y los dos analizaron el encuentro. Un buen rato más tarde se les sumó el presidente Joan Laporta.

No fue como en Sevilla después de hacer el ridículo contra el Betis, cuando en el aeropuerto Laporta y Txiki hablaron mientras Rijkaard se aislaba totalmente en su mundo. Ya estaban los tres personajes más importantes de la expedición juntos, y se generaron unos instantes de tensión cuando las cámaras dirigieron sus focos hacia ellos. La cosa no pasó a mayores, y más teniendo en cuenta que Rijkaard colaboró con el asunto y decidió dejar a Laporta y Txiki para pasar a sentarse en la fila de atrás, justo delante de Eusebio, que se refugió en su hijo. A partir de entonces dio la espalda a los dos jefes. La proximidad geográfica entre Rijkaard y Eusebio contrastaba con la soledad de un Johan Neeskens cariacontecido y que prefirió perderse en sus pensamientos. Más o menos como Leo Messi, pero el argentino era el hombre que recibía más carantoñas de los aficionados, que le insuflaban ánimos y le forzaban a esbozar una sonrisa. Porque el argentino no estaba arropado por ningún compañero y se dedicaba a mandar mensajes con el móvil. Quien más quien menos tenía con quien consolarse: Iniesta, con su madre y su hermana, Xavi, con su hermano o Samuel Eto´o, que casi no se separó de su representante, Josep Maria Mesalles. Los que no, formaban grupos por afinidades: Pinto, Sylvinho y Edmilson era uno; Zambrotta y Thuram (los dos ex del Juventus) y el hijo de Rijkaard (cómo ha crecido este chico) era otro. Mientras, Deco se colocaba los auriculares y la pléyade de directivos que viajaron con el equipo, nada menos que hasta doce más Laporta, digería la derrota a su manera. Unos, con estridencias y sin miedo a los periodistas. Otros, buscando la intimidad. Como espectador ajeno a la situación, contemplaba el cuadro el presidente de la Federación, Ángel María Villar; Laporta le atendió un momento, pero después se dedicó a analizar la situación. Tiempo tuvo para hacerlo.