El melón y la lotería. Martí Perarnau
El melón y la lotería
Martí Perarnau
Martí Perarnau
Entre el 60 y el 80% de las respuestas a las encuestas digitales sobre el nombramiento de Guardiola son rotundamente negativas. No es un dato científico, pero muestra una indiscutible actitud contraria. Dado que no es hora de pusilánimes, expresaré yo también mi profunda desconfianza en Guardiola como sustituto de Rijkaard, a quien en este momento hay que agradecer los triunfos y esa permanente bonhomía que añoraremos.Guardiola ha reunido estos días argumentos favorables y contrarios en proporciones abismales. El fútbol arroja ejemplos de todo tipo para agarrarse a ellos y establecer cualquier teoría más o menos sustentable. Así, permite calificar la inexperiencia como un grave defecto o también como una excelente virtud, según el ejemplo que se elija. Y quien dice la inexperiencia, podemos citar el conocimiento del club y su entorno, su papel como gran futbolista, la personalidad demostrada, sus querencias culturales, el mayor o menor grado de apego al gran gurú del barcelonismo moderno o ese carácter duro que se le presupone. La única realidad de tantos argumentos y contraargumentos es que todos ellos son apriorísticos. Ni siquiera el deslumbrante plan de trabajo que parece haber presentado el propio Guardiola puede aceptarse como biblia inmutable, pues habrá que esperar el grado de ejecución que tendrá, aunque es un gran síntoma que su propuesta pase por la resurrección de la cultura del esfuerzo.En el fútbol nadie garantiza el éxito: ni el mejor entrenador, ni el jugador más excelso. Nadie. Lo que se debe garantizar es la competitividad, antesala imprescindible del éxito. Y esa competitividad es más factible de la mano de un entrenador con garantías comprobadas que de un melón por abrir. Jugar a la lotería puede salir bien, pero yo preferiría comprarle un coche usado a alguien con solidez demostrada. Dicho esto, por supuesto, respeto y cortesía a Guardiola durante los próximos cien días. Aunque desde la profunda desconfianza. Ojalá me equivoque.
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