Penya Barcelonista de Lisboa

dissabte, de setembre 26, 2009

Elefant Blau, elefante blanco


Elefant Blau, elefante blanco
RAMON BESA/ EL PAIS/26/09/2009


También Joan Laporta ha sido víctima de la erótica del poder como presidente del Barça. Accedió al cargo a partir de una plataforma opositora denominada Elefant Blau, término adoptado precisamente para desmarcarse del elefante blanco, denominación referida a la autoridad presuntamente militar que debía consumar el 23-F, y acabará su mandato con la sospecha de haber urdido una trama para procurar perpetuarse en el cargo a través de una persona de su máxima confianza. El socio azulgrana tiene el derecho a preguntarse hoy si el Elefant Blau ha pasado a ser el Elefante Blanco por la misma regla de tres que el mejor de los demócratas puede convertirse en el peor de los golpistas.
Laporta, que tiene respuestas incluso para los males del país, no sabe o no contesta aún cuando le demandan por asuntos de su máxima incumbencia, como si estaba al corriente del espionaje abierto en su propio consejo directivo. Hay quien le supone feliz, dispuesto por un tiempo a volver a hacerse el muerto para sobrevivir, igual que en los momentos en que superó una moción de censura que parecía terminal. Y se cuentan, por otra parte, personas próximas que denuncian su enfado por sentirse víctimas de un complot, tal que sus peores rivales hubieran decidido airear el contencioso abierto en la junta barcelonista para la sucesión del presidente a fin de limitar sus posibles aspiraciones políticas.
No hay que descartar ninguna hipótesis porque Laporta se las sabe todas, y su capacidad para generar crisis directivas es infinita con tal de ganar poder. Ya ocurrió con la salida del vicepresidente deportivo Sandro Rosell y años más tarde con la de económico Ferran Soriano, dimisiones que por extensión han provocado que sólo continúen cuatro miembros de la junta inicial: Alfons Godall, Josep Cubells, Jaume Ferrer y Alfons Castro. Hasta catorce directivos han tomado las de Villadiego por no contar al cuñado Alejandro Echevarria, confirmado y desmentido al mismo tiempo por el propio presidente, por norma enredado en asuntos muy particulares por su carácter siempre tan particular.
Desde que entendió que le robaban un año de mandato por decisión judicial, cuando tuvo que convocar elecciones anticipadas en 2006, Laporta ha actuado con un punto de autoritarismo que poco tiene que ver con su determinación y desacomplejamiento habituales en momentos de mayor calma. El presidente cambió hasta diez personas para controlar el aparato ejecutivo con personal de su confianza y hacer lo que le viniera en gana, de manera que donde la antigua directora general Anna Xicoy ponía mala cara, Joan Oliver extendía los billetes a Kuwait y Uzbekistán. Laporta ya no necesita permiso para nada sino que sólo se pregunta por la línea que delimita lo ético de lo ilegal.
Así ocurrió cuando su bufete actuó como intermediario en la posible venta del Mallorca y se supone que puede haber operado en el asunto del espionaje, o al menos aún no ha explicado por qué, si es que era tan inocente, no denunció la investigación a la que habían sido sometidos cuatro de sus vicepresidentes cuando fue informado. Laporta, en cualquier caso, ha logrado quemar prácticamente a Jaume Ferrer y sus directivos amigos, o en menor grado limitar sus aspiraciones a encabezar la candidatura continuista, para suerte de Alfons Godall y Xavier Sala Martín, las dos apuestas presidenciales con vistas a su sucesión en el palco del Camp Nou en las elecciones de 2010.
Oliver, por tanto, actuaría de comisario político y no de director general, y su eficacia sería tan alta que han pensado en doblarle el sueldo en lugar de destituirle o pedir su dimisión. Laporta, mientras, confía como es costumbre en su intuición e instinto de supervivencia, animado por el calor que siente en la calle, donde es más querido que en el campo. La ley le permitió sobrevivir el año pasado a una votación adversa de los socios, cuando su cargo fue sometido a referéndum, y ahora pretende decidir el nombre del futuro presidente. Una táctica muy común entre quienes conspiran, como en el elefante blanco, y que nada tiene que ver con el espíritu del Elefant Blau.
El politiqueo ha traicionado definitivamente el pacto del Neguri con lo fácil que hubiera sido para Laporta despedirse en olor de multitud dejando que decidieran los socios.