REAL MADRID 2 - 6 FC BARCELONA La gran obra de Guardiola
La gran obra de Guardiola
Todo técnico que se precie cuenta en su haber con un partido que actúe como metáfora de su fútbol. Johan Cruyff, a quien le daba por creerse el más listo del planeta en sus visitas a Concha Espina con apuestas estrafalarias, capitalizó la esencia del Dream Team en un Barcelona-Dinamo de Kiev (4-1) de la Copa de Europa de 1993. El Barça de Frank Rijkaard y Ronaldinho alcanzó la plenitud con un 0-3 en 2005 en Chamartín, escenario que también haría las veces de camposanto de aquel proyecto demasiado efímero. Madrid invita a los extremos, pero nada que ver con lo visto este sábado. Ni siquiera con el 0-5 del 74.
Pep Guardiola, en su estreno como técnico en el Bernabéu, culminó su gran obra maestra con una partido irrepetible, histórico, orgásmico y alegórico de una propuesta tan bella como letal. El amor entre el Barcelona y el fútbol es correspondido. La Liga es la primera recompensa.
Valiente e incapaz de traicionar ni uno solo de sus ideales, sea quien sea el rival, Guardiola plantó sobre el Bernabéu ese 11 tipo que ha moldeado con mimo durante toda la campaña, con la única excepción del malogrado Márquez. Un equipo que hace del toque su razón de ser gracias, sobre todo, a dos futbolistas como Xavi e Iniesta, que incluyeron a Messi en un vértice que acabó por destrozar la tibia resistencia madridista.
Bien es cierto que Juande Ramos, lejos de imitar al mezquino Chelsea, intentó mirarle de frente al Barcelona. Jugarle de tú a tú; sin contar que las piedras hacen mucho menos daño que las balas.
El enfrentamiento protagonizado entre Lass e Iniesta, por un lado, y Gago y Xavi, por el otro, fue el paradigma fiel de toda una temporada. El Real Madrid, corriendo a trompicones y con la lengua fuera hacia un objetivo que rozaba la utopía. El Barcelona, con la excelencia como bandera, tejiendo una nueva era, y disfrutando de su fútbol a medida que se han ido sucediendo las victorias. Con el triunfo, los azulgrana igualaron el récord de puntuación en una Liga de 20 equipos con 82 puntos. Y con cuatro partidos por delante. Lo superarán, sin duda. La cifra de goles es ya escandalosa, con un centenar a favor, y tan sólo 28 en contra.
Resulta imposible focalizar la exhibición del Barcelona en el Bernabéu en un sólo futbolista. Guardiola, en su presentación como técnico el pasado mes de junio, pronunció un discurso de refundación azulgrana. Llegaba el fin de las vedettes y los egos: "Mi trabajo es hacer entender a los jugadores que solos no son nada. Con los compañeros, son todo. La única forma de que esto funcione es contar con un vestuario fuerte". ¿Fuerte? Monumental. Mastodóntico. Solidario en el esfuerzo, el Barcelona va de la mano hacia los éxitos. Ni siquiera Eto’o se queja, y acepta jugar pegado al extremo. No hay lugar para el descarrilamiento. Todos suman.
Imposible adivinar grietas. El madridismo sufrió la multiplicación de los panes azulgrana. Piqué evidenció que es la gran revelación de la temporada; Puyol corrigió sus fallos en defensa para marcar y besar la senyera de su brazalete como paladín del sentimiento; Henry demostró que sí, que la arruga es bella; mientras que Xavi e Iniesta subieron a Messi, que nunca había marcado en el Bernabéu, sobre sus diminutos hombros para que rozara el cielo con las manos. El paraíso está en el Bernabéu, al menos hoy para todo el mundo azulgrana.
Todo técnico que se precie cuenta en su haber con un partido que actúe como metáfora de su fútbol. Johan Cruyff, a quien le daba por creerse el más listo del planeta en sus visitas a Concha Espina con apuestas estrafalarias, capitalizó la esencia del Dream Team en un Barcelona-Dinamo de Kiev (4-1) de la Copa de Europa de 1993. El Barça de Frank Rijkaard y Ronaldinho alcanzó la plenitud con un 0-3 en 2005 en Chamartín, escenario que también haría las veces de camposanto de aquel proyecto demasiado efímero. Madrid invita a los extremos, pero nada que ver con lo visto este sábado. Ni siquiera con el 0-5 del 74.
Pep Guardiola, en su estreno como técnico en el Bernabéu, culminó su gran obra maestra con una partido irrepetible, histórico, orgásmico y alegórico de una propuesta tan bella como letal. El amor entre el Barcelona y el fútbol es correspondido. La Liga es la primera recompensa.
Valiente e incapaz de traicionar ni uno solo de sus ideales, sea quien sea el rival, Guardiola plantó sobre el Bernabéu ese 11 tipo que ha moldeado con mimo durante toda la campaña, con la única excepción del malogrado Márquez. Un equipo que hace del toque su razón de ser gracias, sobre todo, a dos futbolistas como Xavi e Iniesta, que incluyeron a Messi en un vértice que acabó por destrozar la tibia resistencia madridista.
Bien es cierto que Juande Ramos, lejos de imitar al mezquino Chelsea, intentó mirarle de frente al Barcelona. Jugarle de tú a tú; sin contar que las piedras hacen mucho menos daño que las balas.
El enfrentamiento protagonizado entre Lass e Iniesta, por un lado, y Gago y Xavi, por el otro, fue el paradigma fiel de toda una temporada. El Real Madrid, corriendo a trompicones y con la lengua fuera hacia un objetivo que rozaba la utopía. El Barcelona, con la excelencia como bandera, tejiendo una nueva era, y disfrutando de su fútbol a medida que se han ido sucediendo las victorias. Con el triunfo, los azulgrana igualaron el récord de puntuación en una Liga de 20 equipos con 82 puntos. Y con cuatro partidos por delante. Lo superarán, sin duda. La cifra de goles es ya escandalosa, con un centenar a favor, y tan sólo 28 en contra.
Resulta imposible focalizar la exhibición del Barcelona en el Bernabéu en un sólo futbolista. Guardiola, en su presentación como técnico el pasado mes de junio, pronunció un discurso de refundación azulgrana. Llegaba el fin de las vedettes y los egos: "Mi trabajo es hacer entender a los jugadores que solos no son nada. Con los compañeros, son todo. La única forma de que esto funcione es contar con un vestuario fuerte". ¿Fuerte? Monumental. Mastodóntico. Solidario en el esfuerzo, el Barcelona va de la mano hacia los éxitos. Ni siquiera Eto’o se queja, y acepta jugar pegado al extremo. No hay lugar para el descarrilamiento. Todos suman.
Imposible adivinar grietas. El madridismo sufrió la multiplicación de los panes azulgrana. Piqué evidenció que es la gran revelación de la temporada; Puyol corrigió sus fallos en defensa para marcar y besar la senyera de su brazalete como paladín del sentimiento; Henry demostró que sí, que la arruga es bella; mientras que Xavi e Iniesta subieron a Messi, que nunca había marcado en el Bernabéu, sobre sus diminutos hombros para que rozara el cielo con las manos. El paraíso está en el Bernabéu, al menos hoy para todo el mundo azulgrana.
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