Iniesta resucita el sueño de la triple corona
Iniesta resucita el sueño de la triple corona
Increíble partido en Stamford Bridge. El Barça, con diez, encontró en el minuto 93 el gol de la clasificación, cuando ya estaba con los dos pies fuera de Europa. El Chelsea sometió al Barça durante todo el partido, se adelantó y pudo sentenciar. Pero en el último minuto y con el último esfuerzo, un golazo de Iniesta devolvió al Barcelona al sueño del triplete.
Cayó el puño de hierro y parece una cuestión de justicia poética que lo hiciera derribado por un picotazo de Iniesta, uno de esos genios menudos del Barça que había sufrido durante 90 minutos (180 en realidad) bajo los grilletes de un equipo que quizá no sea un canto a la estética, pero como ejército es de primera categoría. El guión fue terriblemente cruel para un Chelsea que además buscaba redención de una herida mayor, la que le infligió el United en la última final. Al final ganó el fútbol y ganó el Barça en un día en el que seguramente no lo merecía, aplastado bajo el imperio del músculo, del poder físico, del orden espartano, del trabajo ejecutado con la fórmula de la colmena.
El Chelsea, un colectivo azul generoso en el esfuerzo, precavido hasta el extremo en la retaguardia, cómodo sin él balón y acostumbrado a un tipo muy concreto de fútbol, convirtió el partido en su partido hasta que Iniesta, en el minuto 93 rescató a un Barça con diez con un disparo seco a la escuadra en el que concentró toda la fe que su equipo no perdió, contra viento y marea, a pesar de todas las circunstancias.
Un Barça con diez en un mensaje quizá equívoco, porque el noruego Tom Henning fue protagonista pero no contra los de Guardiola. La expulsión de Abidal llegó tras una estrambótica falta que no existió. Pero, durante el resto del partido, hubo suficientes acciones para sacar de quicio al Chelsea, que terminó acorralando al Barça. Se pidieron varios penaltis y algunos lo parecieron. Sobre todo un agarrón a Drogba, unas manos de Piqué, quizá otras de Etoo ya en el descuento, en la última carga del Chelsea, desencajado por el golpe de iniesta. Esa pequeña mosca que se coló, contra el reloj y contra pronóstico, en lo que hasta entonces había sido la telaraña perfecta, la máquina defensiva total.
Essien escribe el guión e Iniesta lo destroza
Fue agónico, fue épico y para el Barça queda la alegría salvaje del final, la explosión de quien se cree capaz de todo, con todo a favor o con todo en contra. Antes, durante más de 90 minutos, Hiddink había conseguido que el partido se jugara bajo sus parámetros después de un esperanzador inico culé, roto por el gol de Essien en el minuto 9. Guardiola, muy obligado por las bajas, colocó a Touré como central, a Busquets de medio centro, a Keita de interior y a Iniesta en el puesto del lesionado Henry. En la práctica, Iniesta y Messi se movían con mucha libertad, desordenaban al Chelsea y permitían un dominio total con ritmo muy alto del Barcelona. Hasta el gol. A partir de ahí, el equipo de Hiddink recuperó la seguridad y minimizó al Barça, que tocaba el balón sin sentido, sin esperanza, sin llegar al área, cohibido porque cada pérdida era un drama ante un equipo con un plan básico: balones largos a Drogba, acompañado por Malouda por la izquierda y con Lampard llegando en la segunda línea. El resto de la energía se reserva para la defensa, ni un ataque de más, ni una circulación de balón.
El Barça pasó una travesía del desierto en la que pudo quedar noqueado. Valdés, un toque de condescendencia arbitral y la falta de ambición del Chelsea le salvaron. El portero estuvo muy atento y, como en la ida, muy acertado en los mano a mano con Drogba, sobre todo en uno en el arranque del segundo tiempo, cuando el marfileño tuvo la sentencia tras recortar a Piqué.
La ocasión de Drogba, clarísima, hizo temblar al Barça, que había salido de vestuarios con energía, tocando rápido y presionando muy arriba. Pero de nuevo sin ocasiones claras. La segunda parte, se vio claro, era una prueba de esfuerzo para el Barcelona. Físico, obviamente, pero sobre todo mental. Ante un rival tan duro, tan seguro en su trinchera, sólo quedaba no dejar de creer, mantener la fe cada segundo mientras el partido siguiera vivo. No dudar, no bajar el pistón, no caer en el ritmo cansino, en las pérdidas tontas, en la melancolía. No mientras la diferencia fuera de un gol. Una vez más: tan cerca, tan lejos.
Y el Barcelona respondió porque vivió en pie y remó, convencido de que es mejor morir de pie, aunque siga siendo morir. El Barça siguió con todo lo que no es su habitual caudal de fútbol. Con actitud, energía fe. Chispazo que no eran llamas, no digamos truenos y relámpagos. Alves, impreciso, mandaba centros a un área llena de gigantes, inservibles, hasta que el último, el enésimo, acabó en el golazo de Iniesta. Un castigo terrible para el Chelsea que a veces no supo y a veces no quiso sentenciar y que terminó encerrado y pegando patadas ante un Barça moribundo y pasional, con Piqué como delantero, puro desorden, pura épica ordenada finalmente por el impresionante disparo de Iniesta. Orden para el partido, para el cosmos azulgrana.
Este Barça increíble también gana partidos así. Con fe, con suerte, con un empujón arbitral, con la épica que normalmente juega en su contra, acostumbrado a poner la seda y el orden. En un año de grandes goleadas, de noches excelsas, seguro que muchos barcelonistas guardarán con más cariño en su retino este increíble triunfo, esta batalla de Londres. Y más si, el día 27, cae la última muralla, el flamante Manchester de Cristiano, que defiende título. Pero esa, gracias a un destello genial de Iniesta, será otra historia.
Increíble partido en Stamford Bridge. El Barça, con diez, encontró en el minuto 93 el gol de la clasificación, cuando ya estaba con los dos pies fuera de Europa. El Chelsea sometió al Barça durante todo el partido, se adelantó y pudo sentenciar. Pero en el último minuto y con el último esfuerzo, un golazo de Iniesta devolvió al Barcelona al sueño del triplete.
Cayó el puño de hierro y parece una cuestión de justicia poética que lo hiciera derribado por un picotazo de Iniesta, uno de esos genios menudos del Barça que había sufrido durante 90 minutos (180 en realidad) bajo los grilletes de un equipo que quizá no sea un canto a la estética, pero como ejército es de primera categoría. El guión fue terriblemente cruel para un Chelsea que además buscaba redención de una herida mayor, la que le infligió el United en la última final. Al final ganó el fútbol y ganó el Barça en un día en el que seguramente no lo merecía, aplastado bajo el imperio del músculo, del poder físico, del orden espartano, del trabajo ejecutado con la fórmula de la colmena.
El Chelsea, un colectivo azul generoso en el esfuerzo, precavido hasta el extremo en la retaguardia, cómodo sin él balón y acostumbrado a un tipo muy concreto de fútbol, convirtió el partido en su partido hasta que Iniesta, en el minuto 93 rescató a un Barça con diez con un disparo seco a la escuadra en el que concentró toda la fe que su equipo no perdió, contra viento y marea, a pesar de todas las circunstancias.
Un Barça con diez en un mensaje quizá equívoco, porque el noruego Tom Henning fue protagonista pero no contra los de Guardiola. La expulsión de Abidal llegó tras una estrambótica falta que no existió. Pero, durante el resto del partido, hubo suficientes acciones para sacar de quicio al Chelsea, que terminó acorralando al Barça. Se pidieron varios penaltis y algunos lo parecieron. Sobre todo un agarrón a Drogba, unas manos de Piqué, quizá otras de Etoo ya en el descuento, en la última carga del Chelsea, desencajado por el golpe de iniesta. Esa pequeña mosca que se coló, contra el reloj y contra pronóstico, en lo que hasta entonces había sido la telaraña perfecta, la máquina defensiva total.
Essien escribe el guión e Iniesta lo destroza
Fue agónico, fue épico y para el Barça queda la alegría salvaje del final, la explosión de quien se cree capaz de todo, con todo a favor o con todo en contra. Antes, durante más de 90 minutos, Hiddink había conseguido que el partido se jugara bajo sus parámetros después de un esperanzador inico culé, roto por el gol de Essien en el minuto 9. Guardiola, muy obligado por las bajas, colocó a Touré como central, a Busquets de medio centro, a Keita de interior y a Iniesta en el puesto del lesionado Henry. En la práctica, Iniesta y Messi se movían con mucha libertad, desordenaban al Chelsea y permitían un dominio total con ritmo muy alto del Barcelona. Hasta el gol. A partir de ahí, el equipo de Hiddink recuperó la seguridad y minimizó al Barça, que tocaba el balón sin sentido, sin esperanza, sin llegar al área, cohibido porque cada pérdida era un drama ante un equipo con un plan básico: balones largos a Drogba, acompañado por Malouda por la izquierda y con Lampard llegando en la segunda línea. El resto de la energía se reserva para la defensa, ni un ataque de más, ni una circulación de balón.
El Barça pasó una travesía del desierto en la que pudo quedar noqueado. Valdés, un toque de condescendencia arbitral y la falta de ambición del Chelsea le salvaron. El portero estuvo muy atento y, como en la ida, muy acertado en los mano a mano con Drogba, sobre todo en uno en el arranque del segundo tiempo, cuando el marfileño tuvo la sentencia tras recortar a Piqué.
La ocasión de Drogba, clarísima, hizo temblar al Barça, que había salido de vestuarios con energía, tocando rápido y presionando muy arriba. Pero de nuevo sin ocasiones claras. La segunda parte, se vio claro, era una prueba de esfuerzo para el Barcelona. Físico, obviamente, pero sobre todo mental. Ante un rival tan duro, tan seguro en su trinchera, sólo quedaba no dejar de creer, mantener la fe cada segundo mientras el partido siguiera vivo. No dudar, no bajar el pistón, no caer en el ritmo cansino, en las pérdidas tontas, en la melancolía. No mientras la diferencia fuera de un gol. Una vez más: tan cerca, tan lejos.
Y el Barcelona respondió porque vivió en pie y remó, convencido de que es mejor morir de pie, aunque siga siendo morir. El Barça siguió con todo lo que no es su habitual caudal de fútbol. Con actitud, energía fe. Chispazo que no eran llamas, no digamos truenos y relámpagos. Alves, impreciso, mandaba centros a un área llena de gigantes, inservibles, hasta que el último, el enésimo, acabó en el golazo de Iniesta. Un castigo terrible para el Chelsea que a veces no supo y a veces no quiso sentenciar y que terminó encerrado y pegando patadas ante un Barça moribundo y pasional, con Piqué como delantero, puro desorden, pura épica ordenada finalmente por el impresionante disparo de Iniesta. Orden para el partido, para el cosmos azulgrana.
Este Barça increíble también gana partidos así. Con fe, con suerte, con un empujón arbitral, con la épica que normalmente juega en su contra, acostumbrado a poner la seda y el orden. En un año de grandes goleadas, de noches excelsas, seguro que muchos barcelonistas guardarán con más cariño en su retino este increíble triunfo, esta batalla de Londres. Y más si, el día 27, cae la última muralla, el flamante Manchester de Cristiano, que defiende título. Pero esa, gracias a un destello genial de Iniesta, será otra historia.
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