La mejor vacuna es el aplauso

Mañana será un buen día para practicar el aplauso en sus múltiples variantes. En los primeros minutos de la eliminatoria Barça-Inter, para expresarle a Samuel Eto'o el agradecimiento y el respeto que, debido a los lances contractuales de esta industria, no pudieron resolverse en su momento. Eto'o se merece este aplauso y la afición se merece poder dárselo en condiciones, con la cariñosa solemnidad con la que solemos recibir a nuestros hijos pródigos y sin ningún aspaviento electoralista o rictus rencoroso.
Y luego, inmediatamente después, hay que aplaudir a rabiar al equipo por múltiples y complementarias razones. Primera: por todo lo que nos ha dado. Segunda: por todo lo que nos está dando. Tercera: por todo lo que nos puede dar. Cuarta: porque en Bilbao jugó cuarenta minutos asombrosamente ambiciosos y porque los errores que pudo cometer después no fueron nunca el resultado de la desidia, la desunión o el escaqueo. Quinta: porque el Barça vive un momento anímica y físicamente delicado, con enfermos, lesionados y tocados que, aunque no sirvan de excusa, sí obligan a analizar el contexto en unos términos más generosos que si todos estuvieran en perfectas condiciones. Sexta: porque, en el Camp Nou, el aplauso y el ánimo sostenidos intimidan más al rival que la bronca y el cabreo (se han logrado mejores resultados ablandando sentimentalmente al rival que motivándolo con rencores enfatizados).
Entre las muchas transformaciones que está sufriendo el barcelonismo está acostumbrarnos a que la excepción sean las dificultades y la regla los éxitos. Esta inversión térmica –que, a lo tonto a lo tonto, ya afecta a varias generaciones de culés– no tiene por qué metamorfosear nuestras tradicionales actitudes de exigencia, impaciencia, ni nuestros ceños ciclotímicamente fruncidos. En cambio, sí deberíamos complementarlas con nuevos matices más ecuánimes y justos con los beneficios anímicos obtenidos en las últimas temporadas.
riplete crea un distorsionado clima de exigencia dramática, con urgencias artificiales imposibles de asumir sin caer en un degradante estrés. Ni el Madrid ni el Inter deberían convertirse en poderes fácticos de una crisis de angustia prematura y, objetivamente, desproporcionada. Por el contrario, pueden ser una fuente, continuista en este caso, de satisfacción, esperanzas y alegrías. Históricamente, el Camp Nou ha tenido, sin que nadie lo dirija telemática o telepáticamente, fugaces momentos de inspiración colectiva. De los relacionados con José Mourinho, el más inolvidable fue el cántico de "Vete al teatro, Mourinho vete al teatro", sutil, elegante, temáticamente sofisticado (casi tanto como aquel "Maria Lluïsa, emporta-te'l al cine"), simpática respuesta a la inteligente y estratégica agresividad del entrenador del Inter (entonces del Chelsea).
Mañana el Barça vivirá un momento anímicamente vulnerable. Lesiones, dudas, convalecencias, retorno de un mito como Eto'o y de un villano como Mourinho. Para contrarrestar esta aparente debilidad, el público tendrá la oportunidad de cambiar el guión y, aislándose del insoportable triunfalismo de la megafonía y de los animadores profesionales –y de los grotescos codazos político-mediáticos del palco de los Hermanos Marx–, alcanzar una cohesión expresiva que ayude en lugar de atemorizar, que comprenda en lugar de exigir y que, para no fortalecer al rival, sepa administrar sus inquietudes y legítimos temores con la misma inteligencia y sensibilidad con la que hasta ahora ha actuado el Barça de Guardiola. Llevados por el corrosivo influjo de los tópicos, repetimos que hoy se inicia "la semana grande" cuando, en realidad, llevamos más de un año viviendo una etapa grandiosa.
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